CARLOS FRESNEDA. Enviado especial
LOS ANGELES.-
Barack Obama se anticipó a la gran fiesta de Hollywood y dejó 'incendiada' la alfombra roja. En los barrios bajos del sur de Los Angeles fue agasajado por sus paisanos de color como si fuera Will Smith, candidato al Oscar. Y en las palmeras de Beverly Hills se codeó con Eddie Murphy y Morgan Freeman, tras encandilar a los magos de Dreamworks (como Spielberg, Jeffrey Katzenberg y David Geffen).
Fue precisamente David Geffen, generoso ex contribuyente de los Clinton, quien disparó al aire el primer cañonazo de la batalla de Hollywood, con ataques contra Hillary («la ambición no es una razón suficientemente buena para ser presidente») y contra Bill («sus hábitos personales pueden dañar seriamente la campaña de su esposa»).
Las palabras de Geffen han provocado un seísmo de magnitud 8 en la industria del cine, pilar indiscutible de todo candidato demócrata que se precie. Se fue Obama, con 1,3 millones de dólares frescos bajo el brazo y un elenco de primeras figuras dispuestas a compartir cartel con la estrella en alza.
Este fin de semana llega Hillary a despachar con los talentos de la Creative Artists Agency y a verse las caras con el magnate del cine Haim Saban, que amenaza con enviar a los Power Rangers en su defensa. «David (Geffen) sabe de todo corazón que la persona más cualificada para ser presidente de Estados Unidos es Hillary Clinton», palabra de Saban. «¿Por qué se miente a sí mismo?»
En la mansión de Saban, según revelaba ayer 'Los Angeles Times', se ha escuchado estos días al hombre de las finanzas de Hillary, Terry McAuliffe, lanzando un ultimátum a las huestes de Hollywood que bien podría firmar el actual inquilino de la Casa Blanca: «O estáis con nosotros o estáis contra nosotros (...) La señora Clinton recordará a quienes no le apoyaron». Hasta ahora, los donantes más codiciados -de Steven Spielberg a Barbra Streisand- habían decidido dividir salomónicamente sus chequeras para evitar animosidades y suspicacias.
Pero la clamorosa visita de Obama («estamos en una encrucijada que marcará la historia de este país») ha servido para trazar una delgada línea roja que refleja de algún modo el grandísimo dilema al que se enfrentan a estas alturas los demócratas: ¿un presidente negro o una mujer presidenta?
|