Apenas 24 horas después de conocer que 1.600 soldados emprenderán el camino de vuelta a casa en los próximos meses, las tropas británicas en Irak supieron ayer que pronto recibirán la visita de un militar de sangre azul, el príncipe Enrique. El rumor llevaba circulando varias semanas en los tabloides y ayer fue confirmado oficialmente en un comunicado conjunto por el Ministro de Defensa británico, Des Brown, y Clarence House, la residencia oficial del príncipe Carlos.
El díscolo joven, tercero en la línea de sucesión al trono, viajará a Irak a partir de mayo o junio como integrante del regimiento Blues and Royals, de acuerdo con el sistema de rotaciones establecido por el Ministerio de Defensa.
El subteniente Enrique, formado en la prestigiosa academia militar de Sandhurst, ejercerá las tareas de «un comandante normal de tropa» y tendrá a su cargo a un grupo de 12 hombres repartidos en vehículos acorazados ligeros. Su preparación previa ha consistido en liderar unidades de reconocimiento conocidas en el como los ojos y los oídos del Ejército. El citado comunicado conjunto no ofrece más detalles sobre su misión en el sur de Irak, donde está desplegado el grueso del contingente británico, por considerarlo «potencialmente peligroso».
Esta decisión «militar», como precisó la nota, cumple un viejo sueño de Enrique, quien ayer dijo sentirse «en la luna» tras conocer la noticia, según una fuente del regimiento de los Blues and Royals.
Conocido por sus compañeros como Comandante de la Tropa Gales, el hijo menor de Carlos de Inglaterra y Lady Di cumple con una tradición familiar al embarcarse en la misión más arriesgada por parte de un miembro de la Corona desde que su tío Andrés fuera enviado a la Guerra de las Malvinas en 1982 como piloto de helicóptero.
Sin duda, su estancia de seis meses en la antigua Mesopotamia supondrá un riesgo añadido para los militares que compartirán sus andanzas y para el propio Enrique. Un peligro consabido por su familia, pero que también puede representar un oportuno gesto de solidaridad hacia las decenas de británicos que han sufrido la pérdida del más de centenar de soldados desde la invasión aliada en Irak. El editor de la Casa Real de la BBC, Nicholas Witchell, se encargó ayer de apuntar que el príncipe Carlos, su hijo Guillermo y la Reina Isabel II «reflejarán cómo ningún alto cargo del Gobierno ni ministros de la Corona que se llevaron a Gran Bretaña a la intervención iraquí han tenido un experiencia equivalente».
El príncipe Enrique ha empleado cuatro meses y medio en prepararse para la ocasión a pesar de que los diarios sensacionalistas se han preocupado más en reflejar sus borracheras nocturnas con celebridades como Madonna o sus idas y venidas con su novia, la sudafricana Chelsey Davy, hija de un millonario presuntamente relacionado con el dictador de Zimbabue, Robert Mugabe.
Clarence House, la residencia oficial de su progenitor, ha trabajado a destajo para limpiar la imagen de Enrique alimentando una vocación benéfica que aparentemente ha heredado, junto a su hermano Guillermo, de su malograda madre, Diana de Gales.
Tanto como voluntario de Cruz Roja tras el tsunami asiático, como obrero altruista en la construcción de una clínica en Sudáfrica bajo los focos de un documental televisivo o en sus encuentros con drogadictos y niños sin techo en Londres, Enrique ha realizado varios trabajos temporales que ya forman parte de su currículum caritativo.
