Viernes, 23 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6277.
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Sucios, sí
ARCADI ESPADA

Parece que la otra tarde Fernando Sánchez Dragó llamó cochinos a los madrileños, antiguos y recientes, y ha sido el Dos de Mayo. Veo, incluso, que el candidato socialista a la Alcaldía ha utilizado sus palabras como argumento electoral; pero lo más extraño es que las ha utilizado oponiéndose. Y que han hecho lo mismo todos los sectores del Establecimiento y de Ultramarinos.

Una de las características de la abisal crisis española es la piel fina de los encuestados. En España no funciona nada, a excepción del ridículo orgullo de hidalgo. ¿Sucios, los madrileños? Sin duda alguna. ¿Todos los madrileños, pregunta el analfabeto sinecdótico? No, claro que no. Pero la sinécdoque, a diferencia de las que se establecen en torno a los caracteres nacionales, es en este caso muy pertinente. La suciedad de los madrileños dista mucho de tener los rasgos inaprensibles de lo espiritual. Hay pruebas por todas partes. Sus taxis, con su aroma cetrino, mezcla de sudor y vociferación; sus jardines quemados por la sequía pertinaz y la colilla pisoteada a conciencia, no sea que se declare el Windsor; los suelos de sus tascas empapados de conspiración y ácido bórico; sus cacas de perro y sus lenguas de gato; sus rótulos luminosos, siempre un chafarrinón; sus malolientes furgonetas de reparto, sus zanjas de lodo en las calles, el desorden indescriptible de unos barrios donde el urbanismo es la forma más perversa de la falta de higiene.

El único problema de las afirmaciones de Sánchez Dragó es que se vertieron (¡agua va!) en un programa de ámbito local, y eso marca las ambiciones. Porque el caso de Madrid es el mismo caso garbancero de la inmensa mayoría de ciudades españolas (¡y para qué hablar del agro: con sus cobertizos y sus uralitas, sus alicatados y su carpintería: sólo bello allá donde se despuebla!), excepto el de Barcelona, por supuesto, hecho diferencial, archivo de la cortesía, antes que Ciudad Estado, Ciudad Espejo.

Las reacciones a la somera descripción de los hechos practicada por Dragó es otra prueba, y la definitiva, de suciedad. Aquí llegará un momento en que no estará permitida ni la crítica municipal, que desde el Conde de Mayalde hasta don José María de Porcioles (dos gigantes) fue siempre el resquicio de la libertad. Por lo demás confío en que las orejas de burro que calzó el presentador al día siguiente de su obvio alegato sean menos mortificación que suprema burla basada en que la televisión es nítido reflejo de los que la contemplan.

(Coda: «Madrid es la ciudad más sucia de Europa, junto a Atenas. Capital de la caca. Así lo afirma un estudio del Tidy Britain Group, que ha sido elaborado utilizando como baremo la limpieza de una calle comercial, de los alrededores del edificio del Parlamento, de una estación de tren y de una zona turística. (EL MUNDO, 23 de febrero de 1994.)

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