Viernes, 23 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6277.
OPINION
 
Editorial
REACCIONAR AL DESAFIO IRANI

Irán ha mantenido su desafío al Consejo de Seguridad de la ONU al ignorar el periodo de gracia de 60 días concedido para que suspendiese todas sus actividades de enriquecimiento de uranio. No es una sorpresa. Según el informe del Organismo Internacional de Energía Atómica encabezado por Mohamed El Baradei, la República Islámica no sólo no ha detenido su programa, tal y como le instaba la resolución 1.737 impuesta el pasado mes de diciembre, sino que además lo ha expandido para alcanzar niveles de producción industrial.

Los términos del conflicto permanecen por tanto inalterados: Occidente teme un Irán en posesión de armas nucleares y éste asegura que el enriquecimiento de uranio es un «derecho inalienable» que va a utilizar sólo con fines civiles.

Sin embargo, es evidente que la credibilidad de un país que lleva veinte años mintiendo sobre sus actividades nucleares no puede ser muy elevada. Irán quiere la bomba y es sólo cuestión de tiempo que la tenga. El Baradei, siempre entre los optimistas, cree que no se debería exagerar el riesgo cuando hacen falta por lo menos 10 años para que se desarrolle el armamento nuclear. Otros, como el Instituto de Estudios Estratégicos en Londres, estiman ese plazo entre dos y tres años. En cualquiera de los dos casos, un Irán con bomba atómica es una pesadilla con la que nadie quiere toparse.

Ahora mismo, todos los ojos están puestos de nuevo en EEUU y en la posibilidad de que responda al desafío iraní con una nueva guerra. Puede que el recuerdo de Irak lleve a muchos a pensar que la Administración Bush no se anda con rodeos a la hora de imponer sus términos. Sin embargo, es precisamente la crisis iraquí la que permite prever que esta vez las cosas serán diferentes, y sólo un ataque a las tropas estadounidenses en Oriente Medio que pudiera ser vinculado con Irán supondría una provocación suficiente.

La pelota no está en el tejado de George W. Bush, sino en el de la ONU. La confianza en las soluciones diplomáticas es muy loable, pero el pulso sólo se puede mantener cuando las amenazas resultan creíbles. El Consejo de Seguridad estableció que si Irán no cumplía con la resolución de diciembre aumentarían las sanciones, y eso es lo que debe ocurrir ahora.

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