FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
El pasado martes tuve el placer de presentar junto a Esperanza Aguirre y Carlos Rodríguez Braun el último libro de Francisco Cabrillo, Economistas extravagantes, que recoge las desternillantes fichas biográficas de economistas célebres publicadas en Libertad Digital y que acaba de publicar Elena Marcos en su editorial Hoja Perenne. El subtítulo, Retratos al aguafuerte, no es exagerado. Y tampoco, a mi juicio, que se trata de una de las mejores y más amenas introducciones al liberalismo económico que se hayan escrito, y muy bien escrito, en lengua española.
Descreo de los libros académicos y de la pomposidad sistemática con que el universitarismo enfanga la búsqueda de cualquier saber, noble afán que no debe confundirse con sacarse un título. En cambio, por experiencia como alumno y profesor, sé que no hay nada más instructivo para la vida propia que las vidas ajenas, si están contadas con sinceridad y sentido del humor. Estas «diminutas ferocidades» de los más eminentes economistas occidentales (dudo de que haya otros, aunque sean geográfica o biológicamente orientales) son la viva prueba de que los economistas son como los demás, si acaso algo peores, y que, en general, tampoco han apreciado mucho la libertad. O sea, como el resto de los humanos.
Pero como estos aguafuertes están dispuestos cronológicamente, desde San Bernardino de Siena hasta el penúltimo pope de Harvard, Chicago o la London School of Economics, en la práctica se convierte en una pequeña historia de la libertad en el ámbito de la economía, así como una respuesta a los interrogantes que los más jóvenes pueden plantearse hoy acerca de las cuestiones clave de la economía de mercado. Casi sin darse cuenta, al terminar el libro, el curioso lector se ha enterado de los grandes debates que en el ámbito económico han tenido lugar en los últimos seis o siete siglos. Y, aparte de las divertidas o siniestras peripecias individuales, quizás lo que más claro resulta en el libro cabrillense es que la economía es inseparable, incluso se origina, de la reflexión moral acerca de la vida material de las personas, de la licitud de la usura o del interés, del precio del dinero, de la devaluación fraudulenta de la moneda (justa razón de magnicidio, porque roba a los más pobres en su bolsillo, donde no se pueden defender) y de todos los mecanismos del mercado, uno de cuyos máximos desarrollos corresponde a la Escuela de Salamanca, deuda del Doctor Angélico, o sea, Santo Tomás de Aquino, y máquina de pensar y justipreciar ideas, morales y políticas, en los albores del mundo global, es decir, tras el descubrimiento de América.
Nada más lejos de la economía real que el economicismo barato, siempre carísimo. Nada más lejos de la goyesca seriedad del burro que este libro de individuos sueltos, o mejor, desatados, grabados por Cabrillo.
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