BARCELONA 21

CAMPUSHALLE. 8.000 ESPECTADORES.

Beutler Christiansen (13) Vranjes (-) Knudsen (1) Boldsen (3) Lijewski (5) Stryger (3) Nielsen (3) Lackovic (2) Jensen (1)

Barrufet Hernández (2) Nagy (5) Perunicic (-) Vori (2) Fernández (4) Juanín (2) Losert Romero (2) Puig (-) Tomás (3) Skrbic (1) Larhorm (-) s.c.

Arbitros: Baum y Goralczyk (POL)Parciales: 1-1, 3-4, 6-5, 8-8, 11-8, 13-10 (descanso), 16-12, 18-14, 23-16, 25-18, 28-19 y 31-21.

El proyecto deportivo del Barcelona-Cifec saltó ayer por los aires en una ciudad enclavada en el extremo norte de Alemania.Allí, Xesco Espar y sus pupilos arrojaron al cubo de los desperdicios la Liga de Campeones, hasta ayer la única competición capaz de maquillar el demacrado semblante del equipo azulgrana. El Flensburg, una esplendorosa máquina de producir balonmano, se encargó de recordarle al Barcelona, por si acaso albergaba alguna brizna de duda, de que sigue siendo el mismo conjunto mediocre, ramplón en su juego, escaso de ideas y sin capacidad de reacción que ha venido siendo a lo largo de esta temporada. Un equipo, por otra parte, sin potencial para aspirar a reinar en Europa.

Había un 99% de posibilidades de que Espar, al final del choque, tuviera que arengar a la afición para que abarrote el Palau Blaugrana el sábado que viene en el partido de vuelta, para invocar así por enésima vez la magia del pabellón y superar la eliminatoria a lo Braveheart, todo pura épica y espectáculo lacrimógeno. Pero pedirle ahora al Blaugrana que haga semejante derroche de magia, kilos y kilos de efectos paranormales, para alcanzar las semifinales de la Champions, se presume excesivo. 10 goles son ya de por sí un exceso, una concesión intolerable para un grupo que quiere ser campeón. En cuanto terminó el encuentro en el Campushalle, el señor que se encarga de elaborar las esencias mágicas que provocan las grandes remontadas en el Palau apagó presto el teléfono móvil y huyó a Pekín. 10 goles son demasiados, incluso para él.No en vano, es la derrota más abultada del club en competición europea.

El Barça está eliminado de la Champions porque no se vislumbra ningún signo que haga creer a alguien con un mínimo de sensatez de que -primero- los azulgrana serán capaces en una semana de reconfigurar su rostro y -segundo- que el Flensburg vaya a dejar escapar semejante renta. Que el Barça ganara por una diferencia de 11 tantos -porque encima el average será favorable a los alemanes a causa de los pocos goles que marcaron ayer los azulgrana- sería una proeza digna de ser inmortalizada en los anales del balonmano, y motivo de canonización en el Vaticano para toda la plantilla por obrar tamaño milagro.

Espar avisó un día antes de que su equipo viviría momentos muy difíciles durante el partido, y que la clave estaba en saber aguantar el chaparrón, reaccionar y salir del macroinfierno del Campushalle con vida. En el fondo, en eso reside el secreto de las eliminatorias europeas: se clasifica quien pierde por menos goles de diferencia en la pista contraria. No es un panorama muy alentador, pero así de cruda es la realidad. El Barça gestionó horriblemente los momentos malos que vaticinó su entrenador y eso lo abocó a una muerte prematura. El balonmano goza de muchas virtudes, pero padece también algunos defectos. Uno de los principales es el poco margen que reserva a la sorpresa. Quizá por eso, quien sabe, Alemania es el santuario de este deporte, porque se amolda de maravilla al pensamiento cuadriculado y al cálculo matemático.Aquí ganan siempre los buenos y pierden los malos. La idea de que surja un Numancia o un Zamora y ponga en jaque a un grande es inconcebible. Y hoy, en Europa, el Barça es un equipo de lo más discreto.

Sometido. A pesar de todo, el cuadro azulgrana tardó mucho en sentirse con la soga al cuello. El Flensburg fue siempre amo y señor del partido, dominó los tiempos del balón y mandó en el marcador desde el inicio, pero durante el primer tiempo el Barça supo capear el temporal gracias a una defensa intensa y aceptablemente coordinada, y a un ataque en el que Iker Romero tiró del carro, aunque sin la furia habitual.

El Flensburg es un equipo diseñado para hundir a sus rivales al contragolpe. El Barça lo sabía, pero querer no siempre es poder y en demasiadas ocasiones vio como una pérdida de balón -para mayor agravia en pases entre central y lateral- terminaba fatalmente en gol en contra a cargo de los rápidos extremos, muy especialmente Christiansen. El danés estuvo simplemente soberbio, inalcanzable en el contragolpe y maravilloso en la definición desde el extremo y el punto de penalti. Media eliminatoria es suya.

Toda la desgracia azulgrana se concentró en el segundo tiempo.Fue entonces cuando el Flensburg rompió al fin el partido, después de haberlo intentado sin éxito en la primera mitad. En ataque, el Barça se quedó sin recursos y chocó una y otra vez contra un muro profundo y de una armonía magistral, arropado por la impresionante actuación del meta Beutler; mientras, en defensa hizo aguas estrepitosamente, dejando al pivote libre de marca y metros para que Lackovic, Boldsen y Lijewski fusilaran a Venio Losert. Y eso que, ya al final, el portero croata tuvo varias actuaciones providenciales, lo cual evitó que la derrota terminara en insoportable humillación.