Cuando la palabra y la imagen son difícilmente separables, la vida puede llegar a parecerse a un libro de estampas en el que uno va hojeando cada uno de los capítulos de su existencia.Algo así le pasó al Premio Nobel de Literatura Hermann Hesse (1877-1962) cuando en plena Primera Guerra Mundial empieza a combatir su profunda depresión con la pintura por consejo expreso de su psiquiatra.
Esta desconocida faceta del escritor alemán nacionalizado suizo ha quedado descubierta en la muestra que el Museo Leopold de Viena inauguró ayer con unas 100 acuarelas, manuscritos ilustrados, cartas y poemas de un Hesse escritor que nunca hizo publicidad de su faceta como pintor.
La mayoría de las obras muestran motivos de Tessin, su patria chica de adopción desde 1919. En un momento en el que algunos músicos empezaban a pintar (Arnold Schönberg, por ejemplo) y en el que la literatura empieza a lucir su vena onomatopéyica, Hermann Hesse decide en 1916 coger el pincel para empezar a los 40 años, sumido en una profunda crisis, a pintar sus sueños, tal como le sugiere la psicoterapia del momento.
Pero Hesse no siente alivio emocional y empieza a ilustrar los manuscritos que vende a sus amigos. Sus ciclos de poemas con ilustraciones propias se convierten en una fuente de ingresos importante.
Hesse necesita dinero no sólo para él, sino también para su compromiso adquirido con el Servicio de Atención Alemana de los Prisioneros de Guerra, a los que apoyará económicamente durante mucho tiempo.
El autor de El lobo estepario dedicó un tercera parte de su tiempo a pintar, según afirmó el comisario de la muestra, Volker Michels, y la prueba de ello son las 3.000 acuarelas que Hesse dejó para la eternidad.
La mayoría están en manos de los familiares y las escasas subastas que ofrecen su obra no han logrado precios importantes, pues los expertos coinciden en que el valor del legado pictórico de Hesse radica en lo sentimental.
Sus acuarelas no han subido hasta ahora de los 20.000 euros.Aunque el comisario no dudó en ver en la obra pictórica de Hesse cierta similitud con el expresionista alemán August Macke. La muestra empieza su recorrido con todos los datos biográficos del escritor, desde esa cuna piadosa de la casa familiar que al mismo tiempo le permite conocer otras culturas como la India (sus padres fueron misioneros en este país), hasta su abandono de Alemania para instalarse en el sur de Suiza, pasando por sus traumas escolares.
Su sombrero y la ropa que usaba al pintar, sus poemas, cartas, manuscritos ilustrados, completan una muestra en las que unas 100 acuarelas dan fe de esa vena pictórica que empieza a ser una explosión de color (algunas recuerdan a Klee) desde el momento en que Hesse se muda al sur de Suiza y da la espalda definitiva a esa Alemania oscura y radical. En 1946 Hesse recibe el Premio Nobel, honor que el autor considera «ridículo» y decide no acudir a Estocolmo.
A su muerte en 1962, su viuda empiezó a publicar obras que aún no han visto la luz. Será a partir de los años 70 cuando la obra de Hesse empieza a experimentar un renacimiento, convirtiéndose en el escritor de lengua alemana más leído del siglo XX.