DAVID ESPINAR
Hace unos días, un tribunal civil de Río de Janeiro condenó a Romario a pagar 380.000 reales (unos 140.000 euros) a Mario Zagallo.El motivo de esta decisión se remonta a 1998, cuando el jugador ordenó que se decorara la puerta de los baños de su extinto restaurante con sendos retratos de la pareja de técnicos de la selección, el referido Zagallo y Zico. No les perdonó que le dejaran fuera de la Copa del Mundo de Francia por, según el propio seleccionador, «ser el único jugador capaz de disolver en tiempo récord cualquier grupo humano».
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Popularidad. El Viejo Lobo, tal y como se conoce al laureado técnico, es una figura indispensable en el fútbol brasileño.Su popularidad se debe, en este orden, a sus buenas dotes como futbolista, a sus notables aptitudes como técnico y a su innegable ineficacia como contador de chistes. Sin restar importancia a sus otras condiciones, este triángulo de capacidades ha formado prácticamente una leyenda: Zagallo ha ganado dos Mundiales como jugador, uno como seleccionador y otro como ayudante.
Supersticioso. Tipo simpático, atento a cualquier clase de entrevista o colaboración periodística, amigo de la polémica tanto como enemigo del silencio, supersticioso recalcitrante y devoto a tiempo parcial de San Antonio y del número 13, Mario Zagallo es muy capaz de aplicar el látigo a sus jugadores pese a su imagen entrañable. Antes de dar la lista para la referida Copa del Mundo francesa, un veterano defensa, Mauro Galvao, estaba en boca del periodismo. A punto de publicarse esa convocatoria, el imprudente central manifestó que su edad no era problema porque la comisión técnica sumaba más de 200 años. Su locuacidad le valió el enfado del seleccionador y, como añadido, el que viera el Mundial por televisión. En el partido inaugural, Escocia se adelantó y en el descanso el resultado era de empate a un tanto. Sustituyó a Giovanni, el futbolista que menos le gustó, ganó Brasil el partido y, considerado como una muestra de buena fortuna, el entonces jugador del Barcelona no volvió a disputar un solo minuto de la competición. En los Juegos de Atlanta, Rivaldo perdió un balón, un par de jugadas más tarde Brasil encajó un gol y acabó siendo eliminado. Tardó dos años en volver a convocarle.
Bondadoso. Pero Zagallo también tiene innumerables anécdotas bondadosas. En la preparación para la Copa Mundial de 1994, confundió al 10 de Canadá con un futbolista muy habilidoso en la charla técnica: le llamó Platini, estrella francesa que se había retirado siete años antes. En otra reunión con sus hombres, al dar la alineación olvidó el nombre de un tal Ronaldo, al que tenía sentado a pocos centímetros. El Viejo Lobo representa otro fútbol, distanciado cada día más del actual, quizás muy aristocrático. Por fortuna, todavía quedan personajes como él, respetables sin que lo tenga que dictar un tribunal.
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