Eugenia Rico
Da miedo el que mata, pero da más miedo el que justifica al que mata. Eso vale para el terrorismo y para el parricidio. He estado en el Real de San Vicente y no, como debiera, para acercarme a la belleza de los almendros en flor del Tiétar, ahora que se acerca a Madrid la primavera. He estado en el Real y no me ha sorprendido la bondad de sus gentes, ni siquiera la belleza de aquel paraje de Credos, eso me lo esperaba. Me esperaba también la compasión por un criminal desgraciado: odia al delito y compadece al delincuente. No me esperaba y me ha aterrado la justificación que se hacía de su crimen como si fuera una piadosa eutanasia: «Los mató porque estaban enfermos y él los amaba demasiado».Una mujer enferma de artrosis y un chico de 25 años con una ligera depresión, de la que se había recuperado, y una hija mayor ganándose la vida con dignidad. Ni siquiera los nazis hubieran aprobado una eutanasia para personas válidas como muchas. Y sin embargo, lo escuchaba por todas partes: «Lo ha hecho por amor». De ahí a decir y defender «La maté porque era mía», hay un paso.
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El crimen del Real es el crimen de una buena persona que se vuelve loca, quizá por ese tumor que le oprimió ese área del cerebro donde está el sentido de la realidad, el menos real de los sentidos.Es una tragedia, pero no es un acto de amor. Como no son actos de amor los de todos los que cada semana matan a sus parejas, porque creen que amar es poseer un derecho de vida y muerte sobre ellas. Amar nunca es matar. Amar nunca es pensar sin mí no tendrán vida sino darles más vida a su vida. Son otros los que aman, los que no matan. Los que te quieren no te matan aunque puede ser que un día por amor te lleven al metro de Antón Martín.
Allí, en la calle de Magdalena de Madrid hay un comercio que es mucho más que un comercio. Se llama Cabello R y todos los días da muestras del amor que cura. Allí he visto a un marido que convencía a su mujer oncóloga de que el cáncer no mata y la quimioterapia puede dejarte más guapa. Allí cada mañana Gemma, Cabello, Enrique y Yolanda ayudan a miles de mujeres a superar la vergüenza del cáncer. Porque a veces un gesto es importante y, aunque se te caiga el pelo, no se te tiene que caer el alma.La Asociación Española contra el Cáncer les ha condecorado y ellos siguen poniendo una sonrisa y una esperanza y miles de cabelleras nuevas que renuevan los sueños del amor y alejan los de la locura. El marido que acaricia la peluca de su mujer como si acariciara su pelo por vez primera está demostrando amor a los seres queridos. El que mata a su esposa enferma de artrosis puede merecer nuestra compasión, pero nuestra aprobación, nunca.El amor es la única locura que sólo se justifica con la vida.
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