LEOPOLDO ALAS
El último disco de Nacho Mastretta no se pondrá a la venta. Quien quiera gozar de su música que vaya a verle actuar con su orquesta.En verano del año pasado dieron un concierto en la Plaza de España.En noviembre actuaron en la sala El Sol. Me perdí ambas actuaciones pero por fin he tenido la suerte de verles esta semana en la sala Galileo, donde tocarán de aquí a junio el día 20 de cada mes. Que tomen nota los interesados en disfrutar de una música emocional que deja huella y de unos intérpretes de altísimo nivel.
La última vez que vi a Nacho yo iba con nuestra común amiga Ajo (que está a punto de publicar su segundo libro de micropoemas) y él iba con la violonchelista argentina Marina Sorín, que toca como sonríe, maravillosamente. Coincidimos los cuatro en un restaurante y compartimos mesa. Encontré a Nacho estupendo. Le iba bien en el terreno personal. Y en el profesional estaba firmemente decidido a no dejarse corromper por una industria en la que no es fácil que encuentre acomodo un compositor y un intérprete de su categoría, sencillamente genial. De ahí su apuesta por las actuaciones en directo. La idea es ir regalando sus nuevos temas desde la web (www.mastretta.com) a quien desee descargarlos, y sólo llegará a acuerdos puntuales con determinadas discográficas. Mastretta, con buen criterio, no quiere intermediarios entre su música y la gente que desee disfrutarla, del mismo modo que no está dispuesto a soportar que ningún criterio extra artístico condicione su libre creación.
Sobre el escenario de la Galileo estaba pletórico, moviéndose entre sus músicos como un director de orquesta sin ataduras: la guitarra del extraordinario Pablo Novoa, las percusiones de Ricardo Moreno, el piano y el órgano de Luca Frasca, el contrabajo de Pablo Navarro, los violines de Diego Galaz, el saxo tenor y el clarinete de Miguel Malla, los clarinetes de Marco Cresci, la trompeta de David Herrington. Y por supuesto, el violonchelo de Marina.
Entre sus nuevas canciones, Adiós muñeco, El túnel del tiempo, Olga y Boris, pero sobre todo San Vicente do mar, que celebra la bondad y la alegría de vivir y cuya fuerza melódica evoca las mejores composiciones de Nino Rota. Con su música culta Mastretta abarca todos los registros de la música popular. Nos deleita con el jazz más exquisito, nos sumerge en atmósferas puramente cinematográficas o en imaginarios musicales de Broadway. De la melancolía a la celebración hasta tocar el cielo con los dedos.
|