Nada más parecido a un juicio que una representación teatral.La Justicia y los dramas requieren un escenario, unos actores, una historia y un desenlace.
El cine no está limitado por la necesidad de contar los hechos mediante una secuencia temporal. La Justicia y el teatro, sí.Requieren, además, unidad de acción en un lugar concreto.
Como se puede observar en la tragedia griega, el teatro tiene una función justiciera y la Justicia tiene una dimensión teatral.
No es, pues, extraño que esta semana hayan brillado en el juicio del 11-M las extraordinarias cualidades teatrales de Javier Gómez Bermúdez, el presidente del tribunal. Para ser un buen juez hay que ser un buen actor, como está demostrando este magistrado malagueño.
Su físico y sus cualidades escénicas nos recuerdan extraordinariamente a las de aquel gran actor fallecido en 1985 y que tanto admiramos en nuestra infancia: Yul Brynner.
Bermúdez, como el actor de origen mongol, sabe ser duro, cortante, directo, sútil, amable, sugerente, mal educado, zalamero, humilde, soberbio y orgulloso. Domina los cientos de registros necesarios para poder presidir un juicio tan complejo como éste.
Le hemos visto amedrentar al abogado de El Egipcio, al que luego pidió disculpas, reprender a las acusaciones particulares por repetir las preguntas, hacer callar a los imputados, expulsar de la sala a Rafá Zouhier, amonestar a los traductores por sus errores y reñir a los técnicos de sonido por los fallos del sistema de megafonía.
Brynner también era un tipo exigente, que se enfrentaba con los directores y sabía perfectamente lo que quería: interpretar personajes épicos como Ramsés, Karamazov, Gengis Khan, Salomón y aquel entrañable pistolero de Los siete magníficos.
Gómez Bermúdez me recuerda mucho el papel de Brynner en El rey y yo, una de las comedias de más éxito en la historia de Broadway, también llevada al cine.
Brynner -que ganó un Oscar- interpreta al rey de Siam, que dirige con mano férrea la corte y al que nadie se atreve a contradecir, igual que sucede con Gómez Bermúdez en este juicio.
Su relación con Deborah Kerr en la película evoca la del magistrado con la fiscal Olga Sánchez: choca con ella pero la necesita.En el fondo, tal vez la ama.
Brynner era un fumador empedernido, que murió con el cigarrillo en la boca. Tras fallecer, aparecía en un anuncio en el que decía: «Ahora que he me ido, os lo puedo decir: no fuméis».
No sabemos cuál será el mensaje para la posteridad de este joven, brillante y eficiente magistrado, que a los 34 años ya era juez decano de Almería y que ahora preside la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Pero nos impresiona la autoridad con la que está dirigiendo el proceso, sobre todo, cuando apela al «730», una clave mágica que acalla cualquier protesta.
Me gustaría ver a Bermúdez interpretando al rey de Siam y a Brynner presidiendo este juicio porque los buenos actores son capaces de meterse dentro de cualquier papel.
Con la venia: play it again, Bermúdez. Eres un seguro candidato a los Oscar o, mejor, a la Sala Segunda del Supremo.