ISABEL SAN SEBASTIAN
Aunque la palabra quedara proscrita del lenguaje oficial una vez cumplido su propósito de desgastar al Gobierno del PP, lo cierto es que los chapapotes varios que contaminan la vida política tiznan de un negro fétido la costa de la esperanza electoral socialista, y mucho más aún la de su credibilidad.
No me refiero únicamente a lo tres barcos que amenazan con atragantársele a Zapatero como le sucedió a Aznar con el Prestige. Es verdad que el Ostedijk apesta con sus vapores tóxicos el litoral gallego sin que la actual Administración social-nacionalista sepa qué hacer con él. No es menos cierto que el Sierra Nevada ha vertido litros y litros de combustible altamente peligroso a las playas de Algeciras, ante la pasividad cómplice de la ministra Narbona.Y todos hemos visto el atraque estelar de ese buque fantasma de inmigrantes atraídos por las llamadas de Caldera en un puerto mauritano, donde los policías españoles enviados a identificarlos fueron sometidos a toda clase de humillaciones, en una demostración más de la brillante gestión de Moratinos.
No, los navíos son una parte del problema, pero no la principal.Al presidente del Ejecutivo le lame las botas el chapapote del procesamiento de su jefe de la Policía Científica, Miguel Angel Santano, por falsificar documentos en el caso del ácido bórico e intentar torpedear la investigación del atentado del 11-M, que, pronto o tarde, le salpicará con la verdad. Le alcanza el tufo a chapapote de esa misión militar en Afganistán que el campeón de la paz prefiere considerar una «operación de ayuda humanitaria», pero que ya nos ha devuelto a una mujer valiente, Idoia Rodríguez, muerta en acto de servicio y no precisamente por un accidente de tráfico. (¿Dónde están, por cierto, los pacifistas en nómina habituales de la pancarta contra la guerra?) Le sube hasta la cintura el chapapote del terrorista De Juana Chaos, cuya custodia le corresponde hasta que expire la condena que le ha impuesto el Supremo y que las víctimas exigen que cumpla íntegramente en la cárcel. Y le asfixia el chapapote de ese proceso de negociación con una ETA crecida y fortalecida que le ha metido en su trampa.
Hay más charcos pegajosos, por supuesto. La más que previsible decisión del Tribunal Constitucional contraria al Estatuto de Cataluña, la bochornosa falta de respaldo de los andaluces a su «realidad nacional», el rechazo de los españoles a hacer saltar por los aires la nación que nos acoge. Chapapote, toneladas de chapapote que amenazan cual tsunami las puertas de La Moncloa.
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