LUCIA MÉNDEZ
En enero de 2003, James Fishkin, politólogo de la Universidad de Texas, reunió en Filadelfia a 343 personas elegidas como muestra representativa de la población de Estados Unidos. Estos ciudadanos dedicaron un fin de semana al debate sobre la actualidad política -asesorados por expertos y personalidades políticas-, y fueron encuestados después de sus deliberaciones. El aconteci-miento fue bautizado con el pretencioso nombre de National Issues Convention Deliberative Poll y su finalidad era demostrar que el debate político «no debería reducirse a los expertos ni a las élites, dado que las personas corrientes son muy capaces de comprender las cuestiones complejas, así como de elegir con sensatez entre las opciones posibles», según recoge James Surowiecki en su libro Cien mejor que uno.
La reunión de Filadelfia intentó ser la traducción práctica del concepto de democracia deliberativa, tal y como la concibe Habermas, basada en el sentido cívico de la gente corriente. Fiskhin ideó las «encuestas deliberativas» como complemento a las convencionales, para frenar el proceso de desafección de los estadounidenses hacia su clase política. Junto con Bruce Ackerman, profesor de Yale, propuso la celebración del «día de la deliberación», dos semanas antes de las elecciones. Creía que se necesitaban medios «para reconciliar a los estadounidenses con la vida cívica, dándoles ocasión de proclamar sus opiniones en algún foro útil».
Evidentemente, ambos profesores eran dos utópicos a los que nadie hizo caso. Primero, porque las encuestas deliberativas son carí-simas y segundo, porque no está claro que los partidos políticos tengan interés en saber por dónde respira el ciudadano común y corriente.
No obstante, sería muy conveniente que los principales líderes españoles ahorren un poco en mítines para reunir un fin de semana a 343 ciudadanos que nos representen a todos para escucharles.Así, el presidente Zapatero -tan amigo de la democracia deliberativa- , el líder Rajoy, el coordinador Llamazares y sus lugartenientes y colaboradores, podrían tener una idea aproximada de lo que los ciudadanos esperan de ellos. Seguro que no les dicen cosas tan bonitas como sus asesores, tales como «qué grande eres jefe», pero después del fin de semana de la deliberación a lo mejor caían en la cuenta de que por el camino que llevan, la desafección hacia los políticos no dejará de crecer en España.
Es algo utópico, ya lo sé. Sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces los políticos españoles se comportan como si en vez de ganar las elecciones quisieran perderlas. Y no será porque los ciudadanos no les avisen. Los andaluces se lo dijeron a gritos absteniéndose en el referéndum del Estatuto. Pero los aludidos zanjaron el asunto echándose la culpa unos a otros y a otra cosa mariposa. También el CIS ha advertido que a la mayoría de los españoles la política le produce «aburrimiento», «desconfianza» e «indiferencia». Se puede decir más alto, pero no más claro.
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