FRANCISCO UMBRAL
La España negra ya tiene su álbum mortuorio y alborotado en Don Francisco de Goya, la España clara tiene un hermoso tomo de Azorín lleno de curas y párrocos de provincias que son todos agüistas y beben sólo agua clara con el alfabeto castellano nadando en la superficie. Azorín era un perpetuo agüista y se bebía el agua de todos los curas modernos y sanitarios para conservarse joven como sus párrocos y sus párrafos. Todo el 98 bebió mucha agua en la España árida.
La España árida puede ser que comprenda Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura, que alguien definió como una «Andalucía previa», e incluso Andalucía, que es una Castilla con veleidades árabes, un sofoco de nardos y poetas. El último que profesa el culto a Castilla y a la España árida es Camilo José Cela, porque Cela es asimismo el último 98, una forma de españolismo que se diferencia y distingue por la realidad territorial, como diría el señor Zapatero. Cela nos contaba que cuando entró por primera vez en Castilla, bajando en tren desde su Galicia natal, y miró aquel paisaje desolado y exactamente árido, se le abultaron los ojos de lágrimas. Una emoción literaria más que geográfica.
Por eso no tiene ningún sentido elaborarle a Castilla un Estatuto más oficinesco que sincero. Hay geografías que emanan su propia literatura y su serena justicia y no necesitan artificios legales o ilegales al margen de una Historia y unos historiadores que cumplieron con su deber y ahí han quedado. La España árida es nuestra España interior, que nos ratificamos sin tirar bombas ni quemar herejes. El progreso de Castilla es el de una tierra que principia en Despeñaperros y termina o se retira en las fincas andaluzas de Cayetana Alba, duquesa de lo mismo.
El hombre de Extremadura, no mal político, quizá no haya bebido nunca el agua clara de los párrocos, pero vuelve a ser actualidad y es previsible que llegue a tener una querella interior con el presidente del Gobierno. Extremadura es una Andalucía con sobriedad castellana donde se quiebra el sistema de Estatutos gentiles. Por ahí empezamos a conocer la frontera gótica de Castilla y la frontera árabe de Andalucía. Una vez, estando yo en esa tierra para visitar una exposición de escultura abstracta (la abstracción no era sino una colección de automóviles desgarrados en la carretera por la espada del viento y la velocidad), observé una escena de amor entre una famosa visitante y un soldado que blindaba las obras de arte. La aventura se colmó en el despacho vacío del director de todo aquello. Erotismo y arte abstracto.Esto ya no es Extremadura, me dije. Quizá se habían muerto todos los párrocos agüistas y azorinianos. Habría que volver con Cela a su Alcarria melibea para recuperar lo perdido.
La España árida tiene que salvarse de un nacionalismo confuso y de un internacionalismo del horror. Hay que asimilar las Españas divergentes y recuperar las castellanías siempre vigentes y fecundas.El señor Rodríguez Ibarra vuelve oportunamente a su butaca de Madrid. Algo tiene que decirnos y algo tenemos que escucharle.La Andalucía previa, tan hermosa de soledades, no será nunca la España negra de Solana, la España loca de una guerra civil.
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