PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO
WASHINGTON.-
Diez millones de dólares (7,6 millones de euros) cobra al año el actor Kiefer Sutherland por interpretar a un agente secreto que tiene que torturar a los detenidos para que éstos confiesen. El personaje se llama Jack Bauer, y es el protagonista de 24, una de las series de ficción de más éxito en Estados Unidos. Lo demuestran sus índices de audiencia -casi 14 millones de telespectadores de media-, sus premios -dos Globos de Oro y cinco Emmys- y los productos derivados de ella: un videojuego, una serie de cómic y, el año que viene, un largometraje.
Eso, claro está, si 24 aguanta hasta el año que viene. Porque la serie se ha convertido en el centro de una feroz disputa política en EEUU. Por un lado, están quienes la acusan de ser un mero instrumento de propaganda de la Casa Blanca para defender las torturas a los detenidos en la guerra contra el terrorismo de George W. Bush. Por otro, la propia Casa Blanca, donde el año pasado comieron el productor de la serie, Joel Surnow -que se hizo famoso en los 80 al dirigir Corrupción en Miami-, y su guionista, Howard Gordon.
La pelea ha llegado hasta al Ejército. El general Patrick Finnegan, que dirige la Academia de Oficiales del Ejército de EEUU en West Point, ha pedido a Surnow que deje de mostrar torturas en la serie. Finnegan teme que 24, que se emite en 50 países, incluyendo España -donde Antena 3 la ha retransmitido- dañe la imagen de EEUU en el extranjero.
Pero 24 no es un ejemplo aislado. Según Parents Television Council, una organización conservadora que promueve la difusión de los valores familiares, el número de escenas de tortura en prime time en EEUU ha pasado de cero en 1997 a 123 en 2005, el último año del que ha publicado datos. El repunte fue brutal tras el 11-S. En 2000, hubo 42 imágenes de torturas en horario de máxima audiencia; en 2003 fueron 228.
Algunas de esas secuencias han sido sacadas de la realidad. Ése es el caso en el que los agentes estadounidenses no dan sedantes a un prisionero herido de bala. EEUU hizo eso con Abú Zubaidah, un presunto líder de Al Qaeda apresado en 2002. O el del simulacro de fusilamiento de un hijo de un terrorista, algo que los estadounidenses se plantearon hacer con la familia de Khalid Sheikh Mohamad, el cerebro del 11-S. En Ley y Orden, de la cadena NBC, un policía aplica a un secuestrador la técnica de la bañera, consistente en sumergirle en agua hasta que esté a punto de ahogarse, que también ha sido aplicada a Sheikh Mohamad.
Otras técnicas no han sido, que se sepa, puestas en práctica. Ése es el caso de los apuñalamientos a un preso -en 24- o la escena de Alias, de la cadena ABC, en la que la protagonista, Sydney Bristow, clava una aguja en el cuello de una mujer y amenaza con matarla si no habla.
Todo ello conforma una situación en la que, como ha explicado la organización Human Rights First, «antes, sólo los malos torturaban. Ahora, los buenos también. Y esta tortura es presentada como necesaria, heroica y patriótica».
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