Domingo, 25 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6279.
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 CULTURA
LA CARRERA HACIA LOS OSCAR / TODO SOBRE RAIMUNDA
Nuestra Penélope (a Eduardo Mendicutti)
El director responde al artículo de Eduardo Mendicutti publicado por 'El Cultural' el jueves sobre la soberbia interpretación de Penélope Cruz en la película 'Volver', que esta madrugada luchará por la ansiada estatuilla
PEDRO ALMODOVAR

Querido Eduardo:

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Me ha gustado mucho tu artículo sobre Penélope Cruz del jueves pasado, en El Cultural de EL MUNDO. Te agradezco que te acerques al personaje desde otra perspectiva, dejando de lado tantos clichés (a veces tengo la sensación de ser, con Trueba, Bigas y su madre, el único que realmente conoce a Penélope).

Empezando por el título, La chica con la maleta, no has podido estar más acertado. Una foto de esa preciosa película de Zurlini, de Claudia Cardinale en la playa, separándose del adolescente Jacques Perrin, era una de las referencias que tomamos para componer la imagen del personaje de Raimunda. Esa foto, junto a otras más evidentes de Loren y Magnani, estaba pegada en el espejo de bombillas de la sala de maquillaje. En Raimunda también hay algo de Cardinale y me encanta que menciones en concreto esa película de Zurlini que yo vi en Cáceres, cuando también era un chico con una maleta que se desplazaba del pueblo a la capital, a estudiar.

Valerio Zurlini fue un director italiano con mucho punto, que hacía un neorrealismo tardío, más estilizado y más cercano a la nouvelle vague, más atípico, tratándose de un italiano, y tal vez por ello menos considerado. París, siempre cinéfila, lo está recuperando para su cartelera; el año pasado repusieron Estate Violenta (Verano violento) con Trintignant haciendo de Jacques Perrin, enamorado de una mujer mayor, que no lo era, Eleanora Rossi Drago. Esta actriz, que también me encantaba, siempre parecía mayor, como Alida Valli.

Todavía más acertada encuentro tu referencia a la trashumante vida de los cómicos de Viaje a ninguna de parte de Fernán Gómez. Penélope tiene el espíritu de esas cómicas que viajaban donde había trabajo, aunque las pensiones se hayan transformado en hoteles de cinco estrellas, y las estaciones de trenes en largas alfombras rojas por donde arrastrar la cola de un Galliano, Oscar de la Renta, Chanel, Dolce & Gabbana o Lanvin. ¡No te imaginas hasta qué punto Penélope tiene a sus pies a estos genios de la haute couture y a todas las casas de moda, en general! En esas pasarelas rojas es una diosa.

Pero cuando vuelve a su casa, o al hotel (hemos compartido tantos hoteles, tantas pruebas de vestuario -entrar en su habitación es como entrar en un gran bazar desordenado y repleto de lo más grande en traperío femenino-, tantas vueltas de madrugada, después de las fiestas que siguen a las ceremonias -con una bolsa llena de regalos que yo a mi vuelta les doy a mis hermanas- y esa inconfundible sensación de vacío, porque ésta es la parte más visible del negocio, pero no es exactamente lo que nosotros habíamos soñado), como decía, cuando Penélope vuelve a su casa o al hotel, ya está planeando su programa del día siguiente reuniéndose con financieros para involucrarlos en películas que quiere producir, hablando con futuros directores a los que contratar, presentándose a todas las pruebas o meetings que considere interesantes, apoyando con su presencia todos los eventos de tipo social y solidario a los que la invitan.

Preocupada siempre por el próximo personaje, y el que seguirá después. Currándoselo cada día, aunque lo que aparezca en los tabloides sean sus breves salidas nocturnas junto a buenos mozos jóvenes y famosos. No quiero decir que Penélope sea una santa, es una mujer humana, joven, soltera, y guapísima con el 80% de los hombres heterosexuales de Los Angeles detrás de su escote. No he conocido a nadie que despierte tal densidad de deseo a su alrededor. Bueno, Antoñito también se convirtió en un icono sexual cuando llegó a la Meca del cine.

Aunque sea la reina de los fotocalls, a Penélope los papeles que mejor le van son los de plebeya arremangada, carnal, incluso ordinaria si la situación lo requiere. Nadie parecía creer que ella podría dar vida (¡y cómo!) a mi Raimunda, excepto yo. Es en este tipo de personajes de rompe y rasga en los que el personaje tiene que defenderse con uñas y dientes de todas las precariedades de la vida, sin renunciar a su espléndida delantera, es donde Penélope brilla hasta el deslumbramiento.

Penélope es visceral hasta comiéndose un barquillo. La escena en que van a ver a su tía Paula, cieguecica y muy torpona la pobre (inmensa, como siempre, Chus Lampreave), fue la primera que rodamos. Una vez en el comedor, cuando Raimunda reparte los barquillos y ella misma empieza a comerse uno (estos dulces se fríen con la masa alrededor de una caña, están rebozados de azúcar), parte de ese azúcar se le cae mientras lo come y Penélope, convertida ya en Raimunda, limpia el azúcar que cae en la mesa con el dorso de la mano, sin dejar de decir el texto de la escena. Yo no le había marcado que limpiara la mesa con la mano, pero cuando vi que ella lo hacía de motu proprio sentí la primera de tantas emociones que el rodaje de Volver me depararía durante meses. Ese detalle, aparentemente banal, distingue a una actriz que está haciendo el personaje de otra que es el personaje, y que se ha fundido con él de un modo indisoluble.

Desde ese primer día tuve la convicción total de que Penélope estaría enorme.

Afortunadamente no soy el único en pensarlo, después de montones de premios, empezando por el de Mejor Interpretación Femenina recibido en el Festival de Cannes, compartido con todas sus compañeras, Penélope pone una pica en nuestra Historia convirtiéndose en la primera actriz española nominada al Oscar por una interpretación dicha en manchego. Su interpretación sería igual de completa y profunda sin estar nominada, pero además lo está, y en un año inusitadamente difícil, con verdadera inflación de grandes personajes femeninos de todas las edades, bordados por actrices eminentes.

Es mi categoría favorita, con diferencia, la mejor de las que componen la lista de nominados de este año. Desde los años 50 o así, no recuerdo una temporada con semejante quinteto. Mi imagen favorita publicada en la prensa es la de las cinco nominadas como mejor actriz. Las adoro a las cinco. «Es una pena que cuatro de ellas se queden la noche del 25 sin estatuilla, porque las cinco se la merecen». Ésta es una frase que he leído constantemente con referencia a la categoría en la que compite nuestra Penélope.

El otro día, en la ceremonia de los BAFTA, sin duda pasado de rosca por el entusiasmo que me provocaba verlas a todas juntas (excepto Meryl Streep, que, como yo, no soporta el jet lag), las besé, me arrodillé y les confesé mi admiración y mis locos deseos de trabajar con todas ellas. Todas estaban de acuerdo, incluida Judi Dench, que por edad es la más escéptica. Llevado por el delirio, les propuse una versión de Bernarda Alba en inglés, donde había papeles para las cinco. Recuerdo que hay una versión inglesa de la obra de Lorca, que hace muchos años dirigió Núria Espert con Glenda Jackson y Joan Plowright en los papeles de Bernarda y la Porcia, respectivamente.

Naturalmente este proyecto no se llevará a cabo, pero yo era totalmente sincero al ofrecérselo improvisadamente (¡ojalá se me ocurriera un proyecto que incluyera a las cinco!).

Con todo esto quiero decir que no sufriré cuando la noche de los Oscar Penélope no consiga el suyo. Y estoy seguro de que ella tampoco sufrirá. Aunque suene a tópico, este año el honor de compartir excelencia con estas cuatro maestras no tiene nombre. Es mucho más que un premio, es una declaración de amor y de respeto de todos sus colegas de más allá del charco.

Ella, que es muy agradecida, me atribuye a mí todo el mérito. Pero no es así. Yo escribí a Raimunda, pero Penélope le dio vida. El modo de andar es suyo, las lágrimas también, y el escote, el corazón, la fuerza animal del personaje y su extrema vulnerabilidad. Y yo le estaré siempre agradecido, y mi tía y mi abuela también, porque las dos se llaman Raimunda.

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