Probablemente, el Atlético triunfará en un derbi cuando los hijos de Fernando Torres afronten la jubilación. Ayer lo tuvo todo de cara. Un rival abierto en canal, cobarde, despersonalizado, inseguro y menor, le alfombró la ruta con un fútbol lamentable, similar al que viene mostrando todo el año. Durante muchos minutos, los rojiblancos incluso parecieron un buen equipo. Manejaron todos los resortes del juego, presionaron, dominaron, emplearon las bandas para profundizar con sentido y disfrutaron. Pero no ganaron. La vida y el fútbol fueron injustos con un Atlético muy superior. El Madrid de Capello encontró un gol de Higuaín en medio de la miseria, se colgó de San Iker de los milagros y rescató un punto inesperado e injusto desde la nada. La noche desnudó a Gago y Reyes, señalados por los cambios de Capello y por su nulidad.
Jurado, vengativo.
Arrancando desde la banda izquierda, pese a que sus mejores condiciones las puede ofrecer más centrado, como enganche, tuvo una presencia constante en la elaboración del fútbol ofensivo de su equipo. Profundo y certero en el pase, sacó los colores a los lumbreras de la casa blanca que permitieron que jugara este partido la que fue en su día perla de la cantera madridista.
Torres, insistente.
Por fin rompió su maldición ante el enemigo y clavó un balón en las redes de Casillas. Controló para perfilarse tras un centro de Galletti, y remachó abajo, junto al palo izquierdo. Tiró de rapidez y movilidad para mantener atareada a la defensa madridista. Se ofreció siempre como alternativa de pase, se entendió bien con Agüero y vivió su noche más feliz hasta que Higuaín cerró la fiesta.
Raúl, desaparecido.
Pese a la ausencia de Van Nistelrooy, no jugó arriba. Capello prefirió a Higuaín como referente en ataque. Raúl no paró de perseguir laterales por las bandas. Se desgastó inútilmente porque apenas contactó con el balón. Era imposible por la apuesta de su técnico. Fue más feliz cuando centró su posición en el segundo tramo y al menos divisó el color de la pelota. El Madrid tomó aire gracias a esos movimientos y los cambios de Capello, aunque acabó dominado, como al principio.
Cassano, resucitado.
Beckham salvó a Capello frente a la Real y otro maldito, Cassano, apareció para sustituir al inapetente Reyes. Pese a todo lo que se ha dicho de él, es uno de los jugadores de la actual plantilla madridista con más talento. Otra cosa son su cabeza y su físico. Ayer salió con ganas, encontró el desmarque de Higuaín y conectó un pase ganador, inalcanzable para muchos de sus compañeros.
Cannavaro, agresivo.
El árbitro tardó en mostrarle la segunda amarilla, que mereció por varias entradas de malo de western. Comenzó mal y descentrado, pero fue creciendo y protagonizó cruces salvadores. Su persistencia en el juego duro forzó al árbitro a mostrarle le roja a siete minutos del final. Sigue pareciendo el hermano torpe del central que brilló en el Mundial.
Higuaín, estrenado.
Vivió en la oscuridad durante una hora porque el balón se jugaba a cientos de metros de distancia. Pero mantuvo la fe, encontró el pase de Cassano y rompió el cascarón con un gran desmarque y un gol salvador.
Helguera, oportuno.
Sostuvo defensivamente a su equipo cuando era barrido por el rival gracias a su gran sentido de la colocación. Pareció omnipresente y sobrado pese al exceso de trabajo.
Agüero, activo.
No paró de incordiar, de echarse a las bandas, de asociarse con los centrocampistas, de probar el uno contra uno. Pero no encontró puerta y acabó domado cuando el Madrid supo crecer en defensa. Casillas le robó el que habría sido 2-1.
Casillas, siempre igual.
Está tardando el Madrid en levantarle un monumento. Le falta la capa de Supermán, volar y meter un gol. Fue salvador de nuevo con una mano milagrosa ante Galletti, con una exhibición de reflejos ante Mista y con una postrera parada tras fusilamiento de Agüero. Es el más grande, el mejor.