TOM BURNS MARAÑON
El verano pasado, cuando se sucedían las OPA competitivas entre la familia Sanahuja y el dúo Rivero-Soler por el control de Metrovacesa, el Financial Times se frotada metafóricamente los ojos. El corresponsal del periódico en Madrid, Mark Mulligan, un australiano con pocos pelos en la lengua y un acreditado conocimiento de transacciones en Bolsa, escribió que la situación creada pertenecía al reino de la ficción y era digno de un ejercicio teórico que solamente se le podía ocurrir a un profesor particularmente sádico de la escuela de negocios de Harvard. Dos facciones, en guerra declarada y abierta, habían partido por la mitad a una compañía, empezando por su consejo, y habían puesto en el medio del fuego cruzado de sus ambiciones enfrentadas a unos inocentes inversores minoristas, particulares e instituciones, que eran dueños y señores de alrededor del 15% de la inmobiliaria más grande en activos de Europa. ¿Y cómo se come esto? Les habría dicho este desagradable docente a sus alumnos.
Ha tenido que ser José Manuel Lara, que a través de su Grupo Planeta edita más libros de ficción que nadie en España, el que ha impulsado una solución salomónica para tamaño desaguisado. Lo que toca ahora es desearles la mejor suerte a los sufridos y atónitos minoritarios. Con el intercambio de acciones entre quienes hasta antes de ayer protagonizaban todo un duelo a garrotazos, los minoritarios se quedarán o en una Metrovacesa con muchos menos humos y con una gestión aún por estrenarse o en una inmobiliaria, Gecina, también disminuida, que cotiza en París. No dudo que la CNMV velará con lupa por los intereses de los minoritarios después del espectáculo que han dado ambas peleonas y furiosas facciones mayoritarias.
Ante el esperpento, transparencia.
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