Lunes, 26 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6280.
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NEUROLOGIA / Las mujeres son más emocionales y evitan el conflicto / Poseen un 11% más de neuronas para el lenguaje, mientras que ellos tienen 2,5 más espacio para el sexo
Claves hormonales del cerebro femenino
Una neuropsiquiatra de EEUU presenta un libro que revela cómo las diferencias biológicas entre los sexos afectan a lo largo de toda la vida
ROSA M. TRISTAN

BARCELONA.- «No hay quien entienda a las mujeres». Puede que no haya una frase más repetida entre los varones del planeta. «Es que mi marido no se entera de lo que me pasa hasta que exploto», sería la queja equivalente entre ellas. ¿Acaso existe una realidad femenina y otra masculina? La respuesta, según la neuropsiquiatra norteamericana Louann Brizendine, sería sí y la culpa de ello la tiene, en buena medida, la biología. Sobre todo las hormonas.

Brizendine, fundadora y directora de la Clínica Hormonal de las Mujeres de la Universidad de San Francisco, ha visitado España para presentar su libro El cerebro femenino (RBA), que ha levantado no poca controversia en su país. En su maleta, una réplica en plástico de una masa gris femenina (más pequeña que la de su congénere) que le sirve para explicar que el hipocampo (donde se forman las emociones y la memoria) es mayor en las mujeres, mientras que los hombres tienen 2,5 veces más de espacio cerebral dedicado al impulso sexual, y otro buen pedazo para la agresividad. O para argumentar que el síndrome menstrual cambia algunas partes del cerebro hasta un 25% cada mes, alteraciones que tienen un claro reflejo en la actitud vital. O para aclarar que ellas tienen mas grande el centro de las comunicaciones (un 11% más de neuronas en los centros del lenguaje y el oído) y el de las emociones, mientras que ellos son más racionales y también más autistas.

«Todos empezamos como fetos con un cerebro femenino, pero a las ocho semanas los incipientes testículos lanzan una descarga de testosterona y las conexiones cambian. Ya no existe el cerebro unisex. Luego, entre los 9 y los 15 años, los chicos multiplican su testosterona por 25 y el resto de la vida viven esclavizados por ella», asegura Brizendine.

La cita es un restaurante y el camarero, a la vista de unos sesos entre los platos, no tarda en contar un chiste sobre «lo difíciles» que son las mujeres. Enseguida, el debate entre ellos y ellas se adueña de la mesa, junto al cerebro de plástico.

Para empezar, la neuropsiquiatra, que ha basado su obra en infinidad de trabajos científicos -muchos realizados con resonancias magnéticas cerebrales-, explica que las niñas tienen desde la más tierna infancia una mayor habilidad para detectar la expresión de las emociones, mantener y proteger sus relaciones y evitar los conflictos. Genes y hormonas organizan ese cerebro, que el entorno, la educación y la familia, irán esculpiendo.

«Luego llega la adolescencia, con oleadas de estrógenos y progesterona, y surge el impulso sexual de atraer a los hombres. Pero cuando ella necesita gustar, él lo que busca a esa edad es ser respetado en la jerarquía masculina», dice la neuropsiquiatra. Es entonces cuando las chicas empiezan a disfrutar más de la comunicación verbal. Charlar les genera un flujo de dopamina y oxiticina (otras dos hormonas) «que provoca un deleite neurológico pleno». Esa necesidad de relacionarse y evitar los conflictos son mecanismos de defensa que provienen de la Historia evolutiva: hace millones de años era mejor evitar al león que luchar con él y si se contaba con ayuda para proteger la prole, mucho mejor.

Más adelante llega el momento de emparejarse. Y se encienden los circuitos cerebrales, que también heredamos de la Edad de Piedra: ellos cazan y ellas seleccionan al macho que les conviene. Si los primeros buscan atractivo sexual, las segundas deben tener en cuenta la seguridad y estabilidad, es decir, el estatus social. Este es un esquema que, afirma Brizendine, se repite en todas las culturas.

Ya en plenas relaciones sexuales las diferencias claves son de tiempo: «Un hombre necesita sólo tres minutos de preliminares. Una mujer, 24 horas, aunque el disparador en ambos es la testosterona», explica Brizendine. Y es que la memoria emocional femenina es mucho mayor y guarda detalles que un hombre no llega a registrar. «Los hombres recuerdan mejor los eventos relacionados con una amenaza física», comenta la neuropsiquiatra.

En este capítulo da un varapalo al mito de la fidelidad femenina: «Hay estudios que reflejan que el 10% de los padres no tiene relación genética con sus hijos. Además, con los anticonceptivos la mujer ha logrado el control sobre la fertilidad, aunque aún pelea por una sociedad que cuente con sus necesidadades». «Son más sensibles con las emociones, capaces de captar pensamientos con meros indicios. Pero la sociedad no ha integrado estas facultades, ni tampoco su capacidad negociadora. Hoy sabemos que no debemos ir hacia una sociedad unisex, sino que hay que aprovechar las diferencias biológicas entre ambos sexos», concluye la autora. Su próximo libro ya tiene título: El cerebro maculino.


El despertar de la madurez

«La sociedad pone el énfasis en la fertilidad, en la juventud, pero eso va a cambiar. Se está produciendo el despertar de la menopausia, cuando la mujer ya no tiene obligaciones maternales, sus hormonas se estabilizan y aún hay mucho tiempo por delante», asegura Louann Brizendine tras ver pasar por su consulta a muchas mujeres maduras. «El 50% de las mujeres pierde el interés sexual entre los 42 y los 52 años, pero muchas otras ven rejuvenecer su deseo y buscan aventuras».

Reconoce que «es una fase de la vida muy poco investigada». «Hasta hace poco, no existía. Las mujeres moríamos antes. Hoy, sin embargo, el 65% de los divorcios de mayores de 50 años los inician las mujeres».

Son las mismas que en las décadas anteriores habían visto como el miedo y el estrés disparaban su angustia cuatro veces más que entre los hombres: una respuesta evolutiva que permite estar preparada ante un peligro para responder con rapidez, pero que también duplica el número de depresiones respecto a los varones. «Este libro creo que es interesante para ambos sexos. Y que las parejas deberían leerlo juntas para entenderse mejor»», afirma Brizendine.

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