Lo que sucedía con Carmen Laforet nada tiene que ver con la criatura de Herman Melville, aquel Bartleby miedoso, callado y escribiente que no tomaba el lápiz nada más que para rayar algún informe perezoso. Lo que sucedía con Carmen Laforet es otra cosa, más seria, más cierta: sencillamente se aburrió pronto del mundo literario para quedarse a solas con la literatura.
Cuando cayó sobre el Premio Nadal de 1944 aquella novela «bomba» -como vino a decir Delibes- que traía por título Nada, aquella muchacha tímida de 23 años que era Laforet venía a desarmarlo todo. Entonces las capillas literarias de posguerra, los santones (como Juan Ramón Jiménez fuera y César González Ruano dentro), los editores de gabán hecho de mantas de mudanza, los críticos de bigotito fino y algún otro especimen de la tribu de las letras tomaron a Carmen Laforet, moderna, a su manera radical y con maneras de chica frágil, como el advenimiento de una Marguerite Yourcenar pasada por las playas de Canarias.
Lo justo para que ella, ante el circo de las vanidades y el magnesio de los flashes de la envidia, diera la espantá. Desde aquel año 44 hasta 1955, Laforet fue armando dos nuevas novelas y un puñado de cuentos. Lo hacía cada vez más arrebujada en su silencio, con un cierto rumor de enigma creciendo en sus vacíos de presencia.
En esos 11 años escribió La isla y los demonios y La mujer nueva (dos de sus más conocidas novelas), pero además un puñado de cuentos que ahora recupera la editorial Menoscuarto en lo que es el volumen definitivo de la narrativa breve de Laforet, Carta a don Juan. Cuentos completos, con prólogo de Carme Riera y supervisado por el hijo de la protagonista, el también escritor Agustín Cerezales.
El volumen recupera así los cuentos primeros de la autora barcelonesa y añade cinco relatos que quedaron inéditos, una importante aportación para el estudio de su narrativa. «Podríamos decir que ésta es la edición final de los cuentos de mi madre», apunta Cerezales. «Aún tenemos noticia de que existen dos más que nunca se han publicado, pero nos ha resultado imposible encontrarlos».
En cualquier caso, aquí figuran cinco títulos que son una revelación: Carta a don Juan, Fuga primera, Fuga segunda, Fuga tercera y Libertad. Cada uno corresponde a distintos momentos en la obra literaria de Laforet, desde los años preinaugurales de su escritura, cuando era una adolescente, pasando por el momento intermedio de su prematura aparición pública hasta desembocar en el núcleo de su madurez, también urgente, que es cuando abandona la escritura de cuentos, en el año 55.
Textos «sonrientes»
«Los últimos textos que reunimos aquí los hizo en el mismo periodo en que trabajaba La mujer nueva, una novela dura y valiente», subraya Cerezales. «Pero son textos más sonrientes y ligeros, quizá como fugas de esa densa atmósfera de la novela. Todos menos Libertad, el último de los inéditos; ése mantenía la dureza que respiraba La mujer nueva».
Todo este material se publica en su versión original. Carmen Laforet tenía costumbre de no tocar nada de lo hecho. No miraba atrás. Nunca corregía. «Aun las cosas malas que un autor da a la imprenta son jalones de su personalidad y el mejoramiento de un estilo debe hacerse obra a obra en creaciones futuras», apuntó ella misma en el prólogo a sus Obras completas de 1972.
Le atormentaba escribir, como a casi todos, pero jamás perdió ese fino sentido del humor, su elegancia de ojos afilados, ese misterio sin artificio que tanto acarició hasta su muerte, en 2004, a los 82 años, con una obra necesaria, con unos cuentos puntuales que vienen hoy a alumbrar su callada caligrafía, a ensanchar el pabellón de su silencio.