El 3 de junio de 1875 moría en Bougival, cerca de París, a los 36 años, el compositor Georges Bizet, convencido de su fracaso como operista. El 13 de marzo anterior su ópera Carmen había sido ruidosamente protestada en la Opéra Comique. No podía sospechar que muy poco después esta ópera se convertiría en una de las más famosas y aclamadas de la historia del género.
En realidad, no había fracasado tanto la música como el rechazo inicial del teatro donde se estrenó, dedicado a las óperas con recitados -como en la zarzuela-, que no es que exigiera obras cómicas, sino que era un baluarte del teatro familiar burgués. El tema de la cigarrera libre y descarada chocó con los hábitos del público convencional que solía acudir allí.
Gracias a Bizet, más aún que a su creador novelesco, Prosper Merimé, Carmen se ha convertido en uno de los arquetipos literarios españoles, como Don Juan. Los libretistas de Bizet, el dúo Meilhac-Halévy, convirtieron la novela en pieza teatral simplificando el argumento y hasta ennobleciéndolo, pues convirtieron en matador de toros a Escamillo, que en la novela es sólo el picador Lucas.
Bizet dotó al texto de una música cálida, dramática y lírica, llena de pasión y de sabiduría compositiva, una ópera capaz de rendir a los entendidos y encandilar al público llano. Desde luego quiso darle color hispánico y usó temas y ritmos de danza españoles. Incluso se le reprochó que la célebre habanera que canta la protagonista la tomara de un autor español, aunque él pensaba que era un tema popular. Efectivamente, la música sale de El arreglito de Sebastián Iradier. Pero si nos tomamos la molestia de comparar ambas melodías, veremos claramente la diferencia que existe entre el tratamiento dado por un músico simplemente aseado, como era Iradier, y un auténtico maestro, que es lo que era Bizet.
Argumento, color local y temas no autorizan a pensar que nos hallamos ante auténtica música española. No. Es música francesa sobre sujeto español y no es más española de lo que sea cingalesa otra ópera de Bizet, Los pescadores de perlas, que sucede en Ceilán. Así pues, tenemos un personaje de la mítica literaria española, una música francesa sobre esquemas españoles y una ópera arrebatadora y genial, sin un punto de respiro ni una nota de más, que incluso hacen que un especialista como Herbert Weinstock la proclame como «la ópera más perfecta de la Historia».
La versión que ofrece EL MUNDO es verdaderamente muy interesante y reciente, ya que procede de las representaciones de la Arena de Verona celebradas en julio de 2003.
La puesta en escena está firmada por el bien conocido director Franco Zeffirelli, de larga ejecutoria operística. Éste realiza un montaje atractivo de corte relativamente tradicional pero que tiende a ser espectacular y a aprovechar inteligentemente el amplísimo escenario que la Arena posee. Vemos una Sevilla para nada copiada de la real, pero plausible como propuesta escénica, un manejo de masas fluido y capaz de mezclar lo colorista con lo espectacular y muy especialmente una dirección teatral de los cantantes que es muy encomiable, pues les confiere veracidad y pasión.
En alguna medida, los estiliza, subrayando la pasión de Carmen, el candor de Micaela, la debilidad de Don José, incapaz de escapar a su destino, y la chulería y majeza de Escamillo. El inteligente trabajo del maestro Zeffirelli está muy bien auxiliado por el atractivo vestuario que diseñara Anna Anni.
Musicalmente, esta grabación nos pone ante un reparto de voces jóvenes, emergentes, ya bien consagradas en el panorama internacional, y que se encuentran en su mejor momento vocal y expresivo. El personaje principal es encarnado por Marina Domashenko, una mezzosoprano rusa nacida en Siberia que ganó el Premio Dvorak y debutó en Praga en 1997. Encarna el papel sobrada de condiciones vocales, es físicamente atractiva, con lo que da el tipo, y está excelentemente dirigida por Zeffirelli.
La otra voz femenina, la de Micaela, es también de una rusa, la soprano Maya Dashuk, nacida en San Petersburgo, galardonada con el Premio Montserrat Caballé y considerada actualmente en los grandes teatros italianos como una voz verdiana, lo que no le impide aquí adaptar su voz perfectamente a la línea exigente que le perfiló Bizet.
Don José es el tenor italiano Marco Berti, una de las más interesantes voces nuevas del panorama italiano y con una tesitura muy adecuada para el papel. Otro italiano, Raymond Aceto, da vida a Escamillo con una voz amplia y una actuación con ese punto siniestro que el personaje tiene.
Al frente de todo el elenco y de los cuerpos orquestales y corales de la Arena de Verona está un veterano maestro francés, una batuta experta que conoce a fondo un título que debe haber hecho docenas de veces, el director Alain Lombard, que pone en todo momento orden y expresión en cuanto aquí se ofrece.