Lunes, 26 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6280.
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 MADRID
Mendicidad
La sinceridad o la apología de la vagancia
Una vez su perro estuvo hambriento y pusieron un cartel que decía «para comida». Resultó y empezaron a pedir para su vida alegre. Hacen reír a la gente que los ve mendigar sin mentir sobre su salud. Han logrado sacar 100 euros en un día
JORGE IMBAQUINGO

Antes de enfilar las escaleras para abandonar el Metro, Celeste Braganza siente ese viento apabullante, frío y maloliente que se cuela por la puerta. Celeste, que está tentada de dejarse seducir por la monotonía, mira a dos vagabundos sentados en el suelo. Piden caridad. «Al menos somos sinceros», dice el más veterano de ellos, mientras señala un cartel en el que se lee: «Para vino».

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Celeste no tiene más tiempo y se conforma con la sonrisa que le provoca lo que está escrito en el cartel. Los dos vagabundos se emocionan con su actitud. Ella, que trae un abrigo negro inutilizado por su prisa para llegar a ver a su madre, vuelve a reír al virar la vista hacia otro cartel. «Para cerveza». «Al menos somos sinceros, mujer», repite el veterano que luce una palestina en el cuello. Pero a Celeste le vence el vértigo de sus obligaciones y no deja ni una moneda.

«No importa que no nos den dinero. La hemos hecho sonreír», se consuela Lyndon, que es el más joven de los vagabundos que en estos días se han apostado en la estación de Metro de la plaza de Callao. Lyndon y José llevan seis años en esto. Han recorrido varias veces España y otros países cercanos. En esta primavera cruzarán los Pirineos y nuevamente se aventurarán a vivir de la generosidad ajena en Francia.

Lyndon Owen, natural de Pembroke (Gales), se graduó en Informática en la Universidad de Canterbury (Inglaterra) y a la vez aprendió malabarismo. Ganó mucho dinero, pero se sentía infeliz en su oficina. Así que un día dijo adiós a todo y recorrió Inglaterra, Francia y España. Asegura que vivió de la calle y los malabares y se le quedó como un hábito. Como la mayoría de los británicos, se dejó cautivar por la magia de Granada y allí conoció a José, un vagabundo que es amigo de todos y habla inglés.

José Manuel Calo nació en Tenerife, hace ya 51 años. «El dinero te hace esclavo, vives para comprarte un piso, para comprar el nuevo vídeo, el coche del año. Ahora soy feliz y millonario en sonrisas», proclama este hombre que antes de vagar se ganaba el pan como técnico de energía solar. Su intención inicial, conocer España: «Viajar, ver y hacer lo que otros no han podido por vivir una vida normal llena de hipotecas».

La idea de los carteles llegó como un juego. En Granada vivieron cuatro meses en las cuevas del Sacromonte, haciendo espectáculos de malabares. En esa época había un tercer compañero, Nigel, un inglés que antes de marcharse del grupo tocaba la guitarra y tenía un perro llamado Zom.

Lyndon recuerda que no todos los días eran buenos y que una vez hasta el pobre perro estaba hambriento, así que Nigel puso un cartel que decía «para comida», con el que esperaba recibir unas monedas de los chicos de un colegio de pago que estaba cerca. La idea funcionó de inmediato.

Ante el éxito, Nigel hizo otro cartel: «Para vino». José hizo otro: «Para porro». Y les fue bien. Tanto que desde entonces no han dejado de hacerlo.

«Nosotros sabemos que este tipo de cosas pueden causar problemas. Siempre estamos en lugares públicos, y hay niños. Por eso tenemos una versión light, en la que pedimos cerveza o vino, comida, no más», reconoce Lyndon, mientras su nueva mascota recobra el aliento y se despierta. Se llama Nemo, de quien dicen los dos vagabundos, es su maestro. «Es más listo y más vago», agrega Lyndon.

A Nemo, por estos días, lo han rebautizado como Whisky, y a otro cachorrillo lo llaman Resaca, de modo que los carteles «para Whisky» y «para Resaca» no mienten.

Las familias de José y Lyndon no estuvieron de acuerdo con que adoptaran tan peculiar modelo de vida. José tiene dos hijos, que asegura que lo apoyan, pero no quiere revelar sus nombres. Es lo único que calla. Sobre el resto no pone condiciones: dice que fuma porritos cuando le invitan, pero que ya no compra.

«A veces ganamos más que las personas que vienen a decirnos que cambiemos de vida, que son muy pocos. En alguna ocasión hemos recaudado hasta 100 euros. Ese dinero lo gastamos en cerveza, vino, en comida y en insulina. Lyndon es diabético, esto hace más interesante nuestra vida en las calles», subraya José.

Lyndon tuvo a su madre de visita en Sevilla, hace seis meses. «Allí la recibí y lo que se me ocurrió para pagar sus gastos fue hacer un cartel que dijera: 'Para mamá'».


DOS MENDIGOS DE LA ERA DIGITAL

Víctor Segovia, de 22 años, pasa con su novia y una cámara. Los vagabundos posan, y sacan otro cartel: «Fotos, 278 euros». Nuevamente llegan las risas.

Víctor dice que es una idea magnífica, que ironiza sobre la sociedad y «quita ese tono brusco que tiene la mendicidad». Y Lyndon le aconseja que visite su sitio web.

- ¿Tienes una página en Internet?, pregunta Víctor con asombro.

- Somos vagabundos de la era digital, le responde con toda picardía, sin mencionar que es ingeniero de informática.

Mientras José toma un sorbo de vino, se acerca un hombre de barba rala que los mira durante cinco minutos. «¿Por qué no piden para otra cosa?», les pregunta y se va. Ni José ni Lyndon lo juzgan.

Aparecen unas turistas asiáticas y graban todo en su cámara de vídeo, en la que registran lo que dice un cartel: www.lazybeggers.com (vagos vagabundos). Por supuesto, también ahí recogen donativos.

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