Lunes, 26 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6280.
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Le Pen recupera la talla mesiánica
El líder del FN reaparece paternalmente en Lille para presentar su programa contra la inmigración y contra la UE
RUBÉN AMON. Enviado especial

LILLE (FRANCIA).- Al ex comandante Ressicaud le pesan los años, los kilos y las medallas que decoran la pechera con la forma de un mosaico de hojalata. Combatió como aviador en los frentes de Indochina y Argelia, razones que le emparentan con el patriotismo del Frente Nacional y que explican a título corporativo su visión catastrofista del porvenir de Francia: «Mi país, amigo mío, es como un soldado que cae en paracaídas al vacío. Sólo Le Pen tiene la anilla que permite abrirlo y hacernos reposar calmadamente».

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La metáfora de la redención puso de acuerdo a los 2.000 militantes del FN que ayer acudieron a la revelación del programa de Le Pen. Revelación porque la figura crepuscular del líder frontista reúne en clave anacrónica las cualidades propagandísticas de una esperanza providencial.

En efecto, Jean-Marie Le Pen viene a salvarnos de las garras comunitarias y a preservarnos del demonio de la inmigración. Dice que terminaremos siendo esclavos de los extranjeros. Condena el liberalismo desbocado. Desprecia el euro, el espacio Schengen y los tratados europeos. Incita a la movilización de su propia soldadesca en nombre del orgullo patriótico. El verbo encendido e incendiario de Le Pen adquirió una dimensión previsiblemente contagiosa. Cuestión de complicidad y de sugestión, aunque el abuelo de la triste figura, 78 años cumplidos, relativiza el veneno xenófobo y el látigo racista a beneficio del cálculo electoral.

No sólo porque su hija, Marine, ha encendido una vela de sensatez en la oscura caverna de los rapsodas. También porque Le Pen corre el riesgo de convertirse en un fenómeno marginal y minoritario. De momento, François Bayrou, líder centrista, le ha quitado la tercera plaza en los sondeos, aunque los allegados del patriarca recuerdan que ninguna encuesta realizada en 2002 concedía al Frente la posibilidad de jugarse la segunda vuelta.

«Aquí va a haber muchas sorpresas», nos explicaba ayer Marine Le Pen con los galones de vicepresidenta del partido. «Mi padre, guste o no, va a volver a convertirse en la llave que abre las puertas del Elíseo».

Los militantes del FN han venido a regalarse los oídos con motivo de la convención programática de Lille. Predominan los jubilados y los ex militares pluricondecorados. Nada de negros ni de magrebíes. Abundan, en cambio, los muchachotes rapados al cero y los músculos tatuados.

«No soy racista», se apresura a anticipar cautelarmente un sujeto con aspecto de ultra sur. «Pero no es de recibo que nos invadan las hordas de extranjeros. Nos quitan las casas y los trabajos. Se llevan los subsidios. Le Pen es la única respuesta», proclama mecánicamente entre ovaciones. Los mítines del Frente Nacional representan una experiencia sociológica. Son una mezcla de devoción y de fetichismo. Empezando por el trance de la comida patriótica, un sarao pantagruélico oficiado en presencia del líder máximo que los comensales aprovechan para entonar cánticos raciales, jugarse los cuartos en una tómbola y jalear entre lágrimas los himnos propiciatorios: «Le Pen, president, Le Pen, president».

Rima el pareado, no cabe duda. Desafina, en cambio, el discurso del aprendiz de mesías cuando sube orgulloso a la tribuna de oradores: «Nuestra soberanía ha sido confiscada. Yo seré el presidente de las viudas, los granjeros, los pensionistas y los chicos de la calle».

Del entusiasmo a la realidad, resulta que Le Pen todavía no tiene las firmas necesarias para oficializar su candidatura. Necesita reunir 500 antes de agotarse el límite del 16 de marzo, aunque los alcaldes y los cargos electos invitados a la colecta parecen distanciarse del apadrinamiento.

Sería una mala noticia. ¿Cómo explicar democráticamente que un partido al que votaron 5,5 millones de franceses en 2002 no pueda presentarse en 2007? Es la pregunta que se hacen contagiosamente los militantes presentes en Lille. Algunos se encomiendan a Dios gracias a los oficios litúrgicos que ha organizado el congreso del Frente Nacional. Otros reivindican su condición de ateos y dicen provenir de las filas comunistas: «Le Pen es la única esperanza para la clase obrera», nos explica un albañil retirado de Bretaña que antes votaba a los símbolos de la hoz y del martillo.


LAS CLAVES DEL PROGRAMA

Francia recupera sus fronteras invalidando el espacio Schengen y todos los tratados europeos de inmigración.

La entrada de los extranjeros se restringe al máximo y se fomenta la expulsión inmediata de los ilegales.

Se inscribe en la Constitución el carácter sagrado de la vida: desde la concepción hasta la muerte. Una manera de revisar la ley del aborto.

Medidas proteccionistas en el ámbito agrícola e industrial.

Las jubilaciones serán efectivas a los 65 años. Queda abolido el régimen de 35 horas semanales.

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