Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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Una exposición en La Pedrera analiza el papel de la música en la Alemania nazi
La muestra recupera la voz y la obra de los compositores silenciados por el régimen del III Reich
ANA MARIA DAVILA

BARCELONA.- «La voluntad de crear es la misma que la de sobrevivir».La frase pertenece a Viktor Ullmann, un compositor checo que perdió la vida en el horror de Auschwitz, en 1944. Antes de ello, Ullmann vivió confinado en otro campo de concentración, el de Terezin, en las afueras de Praga, donde a pesar de la falta de libertad escribió diversas obras; entre ellas una ópera, El emperador de la Atlántida.

Recuperar la silenciada voz de todos aquellos músicos que, como Ullman, sufrieron la persecución de la Alemania nazi, y también mostrar la manipulación que del arte musical hizo el régimen de Adolf Hitler, es el objetivo de una exposición que, a partir de hoy y hasta el próximo 27 de mayo puede verse en la Sala d'Exposicions de la Fundació Caixa Catalunya, en La Pedrera.

La muestra, titulada La música i el III Reich. De Bayreuth a Terezin, llega a Barcelona en una versión revisada y enriquecida respecto a la que pudo verse en la Cité de la Musique de París, en 2004, de la que se han ampliado diversas secciones; en particular la dedicada a la música de los campos de concentración y a los creadores en el exilio.

«El régimen nazi puso en marcha un proceso de domesticación total de la cultura, con la voluntad de erradicar cualquier elemento que considerara ajeno al espíritu alemán y a su ideal estético.Y en ese proceso, la música, que junto con la arquitectura era el arte preferido de Hitler, se convirtió en uno de los principales instrumentos del sistemas para impulsar y difundir su ideal de cultura», explica Alex Susanna, director de la Fundació Caixa Catalunya.

Comisariada por el crítico y musicólogo francés Pascal Huyhn, la muestra se ordena en cuatro apartados: Figuras del patrimonio, La creación, Propaganda y Exilio y Resistencia. Un cartel turístico titulado Alemania, país de la música, en el que el símbolo del estado alemán, el águila, se confunde con la forma de un órgano, abre un intenso recorrido a lo largo del cual el visitante podrá contemplar cerca de 300 piezas, entre pinturas, dibujos, grabados, fotografías y partituras manuscritas, que arropan lo que en realidad es la verdadera esencia de la muestra: 34 grabaciones sonoras y una quincena de filmes y documentales.

«Posiblemente no haya habido otro país del mundo en el que la música haya jugado un papel más importante y, de hecho, desde mucho antes de la llegada del III Reich los alemanes ya tenían la idea de que su patrimonio musical era más valioso que el de cualquiera otra nación», afirma Pascal Huyhn.

Estas ideas son las que quedan especialmente reflejadas en la primera parte del recorrido, que se abre con un apartado dedicado al gran ícono musical del régimen nazi, Richard Wagner, «por quien Hitler sentía una gran cercanía personal y metafísica», según Huyhn.

La muestra repasa también las manifestaciones artísticas oficiales, como el Festival de Bayreuth, y la actitud del nazismo frente al llamado «arte degenerado», representado por las corrientes más vanguardistas, la música ligera y el jazz.

Finalmente, la muestra concluye con um amplio capítulo dedicado al uso propagandístico de la música durante aquel periodo y un estremecedor apartado final dedicado al exilio, la resistencia y, sobre todo, al papel que jugó la música en campos de concentración como el de Terezin, cuya intensa vida cultural fue todo una mecanismo de superviviencia para sus prisioneros.

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