Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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Mercenarias de la guerra y mercenarias del sexo
IVAN TUBAU

Estoy a favor del suicidio. Y de la eutanasia elegida. Con asistencia jurídica caso por caso -no solo con ayuda médica- cuando el protagonista pide la colaboración de otras personas. Estoy contra cualquier otra forma de homicidio y de modo especial contra el asesinato, que es el homicidio con premeditación y alevosía, nunca dejaba de remacharlo, en los años sesenta del siglo pasado, en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, nuestro profesor de Derecho de la Información, Aquilino Morcillo, director del diario Ya, estandarte y emblema de la Editorial Católica. Por tanto, considero intolerables -a diferencia de Morcillo- la pena de muerte (que es el asesinato legal practicado por los gobernantes de China, Arabia Saudí, Estados Unidos, Irán, Cuba y un centón de países más) y la guerra, aberración suprema en la cual matar no solo no es delito sino que -al igual que morir- es un acto honroso de servicio a la patria.

Hay oficios que llevan en su propio nombre la idea de matar o morir, que constituye su sustancia misma: matador (de toros), soldado («guerrero mercenario» véase el etimológico de Corominas), que deriva de sueldo, la moneda de oro con que se pagaba al profesional del homicidio, que el cine negro norteamericano nos enseñó a llamar también killer. Por eso acaso a la mujer soldado no se la suele llamar soldada (como al reportero varón periodista o a la magistrada mujer jueza): soldada remite demasiado claramente a la idea de que cobra por matar . Al implantarse el servicio militar obligatorio eso dejó de estar tan claro, porque todos los varones sin invalidez o madre viuda pobre (mi caso era el segundo) venían obligados a cumplir con la patria y lo que cobraban era metafórico. Ahora, con los ejércitos modernos, las aguas han vuelto a su cauce: todos los soldados de un país avanzado (salvo Suiza), sea cual sea su graduación o su sexo, son mercenarios.

Es lamentable que un soldado o una soldada muera. Tan lamentable como que mate. Pero así es la guerra, y lo de Afganistán es una guerra, por más que quien lo diga sea Rajoy mientras Fernández de la Vega se empecina en presentarlo como una especie de expedición humanitaria de las Hermanitas de la Caridad. Tanto si mata como si muere, al soldado -que, repitámoslo, es siempre un mercenario- se le rinden honores. No siendo el servicio militar obligatorio y sabiendo como sabe todo soldado que su oficio entraña, como el de torero, la obligación de matar si es necesario y el riesgo cierto de morir si hay mala suerte, solo se puede ser soldado por dos razones: por extrema pobreza o por gusto.

¿Es el de mercenario de la guerra un trabajo? Sin duda. También lo es el de las mercenarias del sexo, que no suelen matar a nadie aunque sin duda corren riesgos, y como trabajadoras si no recuerdo mal quiso que se las reconociera Montserrat Tura cuando era consejera de Interior de la Generalitat. Y no. Alguien no quiere. ¿Acaso es más digno matar o morir por dinero o por gusto que alquilar el propio cuerpo por idénticas razones?

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