Igual de ceñudo en apariencia, pero mucho más relajado por dentro, Martin Scorsese tomó su asiento en el teatro Kodak y esperó, esperó y esperó. A sus 64 años, la mitad de ellos haciendo méritos para un Oscar al mejor director, Scorsese decidió cambiar decididamente de estrategia y prefirió no desearlo ávidamente, como en las cinco ocasiones frustradas.
«La inseguridad siempre ha estado ahí, pero nunca perdí la confianza», confesó con la estatuilla al mejor director por fin en sus manos. «La verdad es que no sé como se hace una película para un Oscar, y este premio ha sido y seguirá siendo para mí un misterio ¿Existe una fórmula mágica para llevarse un Oscar? Pienso que no». Tan tranquilo estuvo durante toda la ceremonia -o eso dice- que no se rumió el resultado hasta que vio aparecer en escena a sus amigos Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y George Lucas. Aquello olía a «todos para uno», ante el irrebatible ascenso del trío de mexicanos (Iñárritu, Del Toro, Cuarón). Invocaron a Martin, como si fuera D'Artagnan, y el duelo de la noche se decantó para Infiltrados.
Poco importó que se tratase de un remake de un filme bien reciente (Asuntos internos, Hong Kong, 2002). Poco también que no sea una de las tres mejores películas del prolífico Scorsese (Taxi Driver, Toro salvaje y Uno de los nuestros son las favoritas de la crítica). El caso es que el que el gran público se volcó con Infiltrados, el filme más taquillero de su carrera, y que el Gremio de Directores allanó el camino.
Cuando Spielberg y compañía cantaron el Oscar, el teatro Kodak estalló en una monumental ovación, y tuvo que ser Scorsese quien pidiera calma al tropel de aduladores, con broma dirigida a sus tres colegas: «¿Podéis volver a comprobar lo que dice en el sobre? ¿No os habréis equivocado?».
«Es abrumador», confesó ante la prensa. «Había gente que insistía: 'Es tu año, es tu año', pero ya llevaba 36 años sin premio, y gracias a Dios que he seguido haciendo cine».
«El Oscar a la Mejor Película ha sido una sorpresa aún mayor», admitió, y también reconoció que el año que lo sintió más cerca fue posiblemente con Gangs of New York» y sus 11 nominaciones. A la hora de hacer repaso y mentar su favoritas, eligió sin embargo Malas calles, Taxi driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo y Uno de los nuestros.
Prometió seguir trabajando mano a mano con su actor talismán, Leonardo DiCaprio, y dejó la puerta abierta para una secuela o una precuela, aún no lo sabe, de la película con la que por fin ha alcanzado la gloria, sin necesidad de esperar como Robert Altman a que le distingan con un postrero Oscar honorífico.
Más o menos justamente, los cuatro Oscar para Infiltrados pusieron fin a la injusticia de Scorsese, la letanía más escuchada en esa campaña silenciosa que explicó de esta manera William Monahan, premio al mejor guión adaptado: «En vez de invertir millones en promoción, hemos permitido que la película hable sola».
El degaste de Gangs of New York y El aviador sirvió de lección, y fue el inquieto Scorsese quien decidió reclinarse esta vez en la silla de director e impartir la orden que tan buenos resultados dio: «A relajarse y a seguir haciendo películas».