CARLOS TORO
Desanimado, desmotivado, desprestigiado, Jan Ullrich se retira del ciclismo. Ha sido la primera víctima mortal de la célebre operación Puerto. Cosas de la globalización: un español se constipa y estornuda un alemán. Los demás (presuntos) implicados todavían andan, errantes, por ahí, aunque con contratos recortados hasta la frontera de la humillación y admitidos en escuadras de segunda fila. Almas en pena en un mundo que les da la espalda antes de darles la extremaunción. Ivan Basso, el más destacado de los sospechosos, ha salido mejor librado en salario y ubicación. Pero su equipo, el Discovery Channel, ya sin el tirón publicitario de Lance Armstrong, se disolverá a final de temporada. This is the end (Jim Morrison con The Doors).
En sus circunstancias, a su edad (33 años), con sus dificultades congénitas para perder peso y ponerse en forma, además de su afición por lo que podríamos llamar «la buena vida», Ullrich ha arrojado la toalla. Su carrera ya declinaba y la operación Puerto no ha hecho más que adelantar su final. El alemán cierra medio en falso una vida deportivamente muy destacada pero, en cierto modo, decepcionante, a tenor de las expectativas despertadas. El mundo del ciclismo se quedó boquiabierto cuando aquel mocetón de 22 años se clasificaba en segundo lugar, tras su capitán Bjarne Riis, en el Tour de 1996. Era su primera participación en la prueba más importante del mundo. Un estreno sólo superado por Coppi, Anquetil, Gimondi, Merckx, Hinault y Fignon.
Un año más tarde, Ullrich ganaba La Grande Boucle. Con Indurain ya fuera del circuito, se anunciaba un largo período, quizás histórico, de gloria para ese joven, ex campeón mundial de aficionados, que lucía sus mejores virtudes en las etapas contrarreloj. Pero luego apareció el efímero Marco Pantani. Y, más tarde, el tirano Armstrong. Y Ullrich ya no volvió a apuntarse el Tour, aunque casi no se bajó del podio. Sus repetidos duelos con el estadounidense, por otra parte, no llegaron a alcanzar esa auténtica emoción que nace de la verdadera incertidumbre.
Ullrich venció en otra gran ronda: la Vuelta a España de 1999. Curiosamente, el segundo clasificado (Igor González de Galdeano), el tercero (Roberto Heras), el rey de la montaña (José María Jiménez) y el ganador de la regularidad (Franck Vandenbroucke) tampoco terminaron sus días deportivos, e incluso físicos en el caso del Chava, limpios de polvo y paja.
De Ullrich, a quien no vimos nunca sonreír, nos queda la imagen de su potencia monocorde, machacona, tenaz, incapaz de cambiar de ritmo ni, tampoco, de rendirse. Con él, nacido en Rostock, desaparece el último producto de la factoría de esa Alemania Oriental que rindió culto estatal al dopaje. Si todavía, sin embargo, queda alguno por ahí, que apague la luz, cierre la puerta y arroje al Rin la llave.
|