Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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Si le he visto, no me acuerdo
VICTORIA PREGO

Día aburrido el de ayer y sin apenas tensión en el juicio. Y eso porque, con la excepción de la declaración que El Egipcio, el hombre del callo en la frente, hizo a su abogado defensor, el resto de los participantes -presuntos, siempre presuntos- en el atentado eran ya los de la última fila de responsabilidad. Sus intervenciones nos pasearon, en consecuencia, por el submundo del negocio de la droga casi a pie de calle, por el mundillo de la compraventa de automóviles de dudoso origen y más que dudoso estado y por los sótanos de la falsificación de documentos, cosa esta última que los aludidos negaron con vehemencia.

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Tuvo interés el modo en que el abogado de El Egipcio organizó la escalera de su defensa según el orden siguiente: lo que se oye de sus conversaciones en las cintas grabadas en Italia no se oye bien y, por lo tanto, no se puede interpretar; lo que sí puede oírse y se puede interpretar, está mal interpretado porque ahí no se dice lo que dicen que se dice; la voz del hombre que, en los momentos en que se oye y se entiende con claridad, asegura a un amigo que él es el autor y organizador de la matanza, no es su voz; y, por si acaso fuera su voz en los trozos en los que no cabe segunda interpretación posible, quede claro que, a veces, en conversaciones «entre un ser humano con otro ser humano se dicen cosas que no se tiene intención de decir». Lo que se llama en moda un degradé y, en peluquería, un corte a capas.

Por descontado, El Egipcio ha declarado, como absolutamente todos los demás, que jamás apoyaría la matanza perpetrada, que ha calificado de «terrorista». La duda ahora es cómo el tribunal valorará las pruebas contra él y el contenido de las cintas enviadas por la policía italiana. Pero si, como han asegurado algunos de sus socios presuntos, lo suyo fue una fanfarronada, ya sabe el hombre del callo en la frente lo caros que le van a resultar ciertos faroles.

Lo siguiente que tuvo un cierto interés, ya digo que dentro de la calderilla que, desde el punto de vista de las responsabilidades, se repartió en la sesión de ayer, fue la intervención de los hermanos Moussaten, y eso por dos motivos. El primero, porque en sus declaraciones previas ante la Policía y ante el juez, los dos sostuvieron sus versiones contra viento y marea e incluso el jovencísimo Mohamed -22 años en este momento, 19 cuando fue detenido- la aguantó en un careo frente a su tío, considerado uno de los autores intelectuales del crimen de Atocha. Y, sin embargo, después de haber aguantado durante todo este tiempo ese pulso formidable, los dos hermanos se desdijeron ayer de todo. Ya no habían visto nada, ni oído nada. A petición del fiscal y de las acusaciones, se leyó entonces en voz alta el contenido de sus declaraciones previas y lo que se había dicho en el careo. Después de haberlo negado todo, aquellas palabras suyas resonaron en la sala con una fuerza enorme. Difícil lo va a tener el tío Yusef Belhadj.

La razón esgrimida para explicar ese giro fue la misma que han sacado a pasear todos los que hasta ahora han optado por no reconocer lo anteriormente dicho por ellos mismos: que han sido torturados por la Policía, sometidos a malos tratos continuados, cuando no a amenazas que les sumieron en tal estado de miedo que optaron por confesar lo que se les exigía. Pero ni denunciaron esos malos tratos ante el juez ni, cuando fueron examinados por el forense, se les apreció lesión alguna que acreditara tales daños. Así que ¿qué vale más como prueba: lo que dijeron y sostuvieron en su día o lo que quieren contarnos ahora? El tribunal dirá, pero los demás ya podemos ir haciendo nuestras conjeturas.

victoria.prego@el-mundo.es

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