Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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A SANGRE FRIA
Santo varón, que diría Tip
David Gistau

Marisol vestía pantalones vaqueros y unas gafas de montura morada a juego con el jersey. Podría haberse sentado lejos del habitáculo. Y no en una de esas butacas, tan inmediatas que recuerdan a las sillas de primera fila de ring a las que hay que llevar un periódico para proteger el traje de las salpicaduras, en las que se aprecia incluso el vaho que deja en el cristal la respiración de los acusados. Pero, en su primer día de asistencia al juicio, Marisol quería confrontarse con los asesinos de su hijo. Pilar Manjón, en cuya fuerza se apoyan todas las víctimas a las que ella sostiene con guiños y sonrisas, con complicidades adquiridas, acompañó a Marisol hasta su silla: «Nada de provocaciones, tú tranquila, ¿estarás bien?». Y luego, mientras Trashorras se sacaba mocos y se devoraba las uñas recostado como para ver la tele, mientras el resto de acusados colegueaba en tertulia bien risueña, Marisol sostenía un café de máquina que no temblaba, comía juanolas y aguantaba hasta toser las emociones, como si se hubiera propuesto no concederles el llanto: «Fíjate, así que éstos son los que mataron a mi hijo. Tengo ganas de comerme la mampara, y a ellos todo les da mucha risa».

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Más aún que las risas y la actitud sobrada, a las víctimas les llena de bronca que los acusados, por momentos, pretendan ser los que merecen compasión, los agraviados por el sistema o por el destino. Cuando Mohamed Bouharrat, apegado a una táctica recurrente, hizo el relato de unos supuestos malos tratos en comisaría que no advirtieron tres exámenes médicos, hubo alguien en los últimos bancos que se desmoronó, harto de tanta inocencia cínica a través de las jornadas, y hubo de salir al vestíbulo para recomponerse. Cuando 'El Egipcio', alegando que en Francia no tenía dinero ni para pagarse un café y que tan sólo buscaba un amigo con el que desahogar las penas de su matrimonio roto, explicó que la estancia en Europa había significado para él «una tragedia», no hubo víctima que no mascullara, convencida de que la tragedia lo había sido más bien El Egipcio y cuanto representa para Europa. El «teórico jefe del operativo que sin embargo no tenía el euro que cuesta un café», como subrayó su abogado por si alguien no se había enterado ni enternecido todavía, exageró su máscara de bondad incomprendida cuando se comparó, olé, con nadie menos que con el Papa: como las del Pontífice cuando se le sublevó el Islam, sus palabras en las grabaciones policiales, en los pasajes menos comprometedores, los referidos a los «hermanos de Madrid», que son los únicos en los que reconoce su voz, habrían sido mal entendidas además de mal traducidas «al ochenta por ciento». Santo varón, que diría Tip.

Bouharrat, el dueño de una sola camisa que se daba pisto con un llavero de BMW «para decorar la llave» del R9, otro de los que dejaron un rastro en el piso de Leganés, ofreció un interrogatorio precario por el que se comprende que fueran sus propias palabras y contradicciones las que le imputaron e intentó entorpecer al fiscal con constantes «¿Eeeehhh?» festejados en la jaula. Hasta Pilar Manjón, harta de tanto gualdrapa poniendo cara de yo no he sido, dijo en un corrillo: «Casi prefiero a los etarras. Éstos son un aburrimiento».

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