Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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¿Quién puede meter en cintura a Connor?
La madre de este niño británico, que con sólo ocho años pesa 89 kilos por su afición a la comida basura, corre el riesgo de perder su custodia
FERNANDO MAS. Corresponsal

LONDRES.- El angelito tiene ocho años, pesa 89 kilos, se ventila cuatro bolsas de patatas fritas al día, una de snacks cada 20 minutos y ya ha mandado al vertedero cuatro camas y cinco bicicletas -no aguantaron tremendo poderío-.

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El chaval gasta ropa de adulto, no puede llevar uniforme al cole porque no hay de su talla y se pierde las clases un día sí y otro también porque si camina hasta allí se queda sin aire.

Los excesos de Connor McCreaddie, que ése es el nombre de tan rotundo personaje, pueden tener las horas contadas. Una comisión integrada por enfermeras expertas en nutrición, pediatras, policías y la directora de su colegio decidirán hoy mismo si el chaval puede seguir en manos de su madre, Nicola McKeown.

Ella sufre, dice que si se lo quitan se morirá, que no tiene la culpa de que su hijo haya sido un tragón toda la vida. Cuando era un bebé se tomaba un biberón por hora. «Siempre estaba con hambre y lloraba y lloraba», cuenta Nicola, desolada. Cuando cumplió un año Connor ya gastaba la ropa de un crío de cinco. Y cuando alcanzó los cinco, la báscula marcaba 57 kilos. No es para bromear. La vida de Connor está en peligro. Aunque adelgace, a estas alturas la diabetes y las enfermedades coronarias lo acechan.

En Navidad lo pusieron a dieta y, como si de un Gran Hermano de la obesidad de tratara, una cadena de televisión, la ITV, le ha hecho un seguimiento. El chaval no ha conseguido perder mucho, la verdad. Si acaso cinco o seis kilos. Difícil que baje los ¡casi 55! que le sobran. Más aún cuando no quiere oír hablar de que le quiten lo que más le gusta -le pierden los pasteles de carne- o que le pongan delante fruta o verdura.

El drama que persigue a Connor es un reflejo de un problema nacional, donde el 13,4% de los menores de 10 años es obeso. Un 3,5% más que en 1995. Una tragedia silenciosa que de puertas adentro no parece serlo. La madre del muchacho está convencida de que su hijo, más que un problema con la comida, tiene un problema que puede resolverse con alguna que otra pastillita. A su juicio, nada que ver con los kilos de patatas fritas, refrescos, hamburguesas y demás cositas de las que se alimenta. La comida basura lo vuelve loco. Y si se la zampa delante del ordenador, más rica le sabe.

«Les he pedido a los médicos que lo miren para averiguar si tiene algo anormal, pero no encuentran nada», dice Nicola. «Tenía la esperanza de que fuera una enfermedad, un síndrome que se pudiera tratar con pastillas», añade.

Ella, de momento, le ha reducido las porciones que le pone delante. No ha surtido mucho efecto, pero algo ha conseguido. Tal vez demostrar ante el consejo que la juzga hoy bajo el mismo microscopio al que se somete a los padres que maltratan o abusan de sus hijos, que ella lo intenta todo por Connor, que ella no ha dejado, por indolente, que su hijo engordara y engordara sin límite todos estos años.

Ella, cuenta, ha intentado poner freno, pero no lo ha conseguido. «Trato de ser estricta con él y reducir lo que come, pero hay días en los que pienso: 'Dios mío, has vuelto a comer demasiado'».

En manos de esos expertos estupefactos por el volumen del muchacho está la decisión de incluir el nombre de Connor McCreaddle en el registro de menores que han sido víctima de excesos o, con suerte, sólo en el que es un niño con ciertas carencias. Entiéndase, falta de cuidados.

Ella, depresiva y desempleada, se defiende. Le cierra el camino hacia la comida, pero él la consigue. Otros en la calle le dan aperitivos y él se busca la vida para conseguir patatas. Ha llegado a comer incluso hasta que se ha sentido descompuesto».

«Lo quiere, pero en realidad lo está matando. En la manera en que lo trata, en la que lo alimenta, lo está matando muy lentamente", afirma el experto en obesidad infantil Michael Markiewicz. Connor no tiene límites, los perdió nada más nacer y nunca los encontró. Víctima de su hambre, de su amor a patatas fritas, hamburguesas, pasteles y refrescos, hoy puede ser metido en cintura.

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