Martes, 27 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6281.
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Un líder negro y un senador racista, unidos por la esclavitud
El demócrata Al Sharpton descubre que su bisabuelo fue propiedad de los antepasados de un político blanco
PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO

WASHINGTON.- Si existe una ironía de la Historia, es ésta. Por un lado, Strom Thurmond, el difunto político que simboliza la discriminación racial en Estados Unidos y el ala más conservadora de los demócratas, primero, y de los republicanos, después, cuando el partido al que había pertenecido durante la mayor parte de su vida pasó a defender los derechos de las minorías. Por otro, Al Sharpton, uno de los líderes del ala izquierda demócrata y, hasta la irrupción de Barack Obama, el político negro más conocido -y controvertido- del país.

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Más allá del chiste fácil, Thurmond -senador, juerguista, mujeriego, candidato a la Presidencia en 1948, ultraconservador, terrateniente del Sur y, sobre todo, racista- y Sharpton -miembro de la Cámara de Representantes, juerguista, mujeriego, candidato a la Presidencia en 2004, del barrio neoyorkino de Brooklyn y defensor de los negros hasta límites que algunos consideran racistas- eran el día y la noche. Sus vidas son paralelas, pero su ideología no podría ser más opuesta.

Las frases míticas de cada uno de ellos reflejan su personalidad. «No hay nada malo en denunciar intrusos blancos», dijo Sharpton refiriéndose al progresivo blanqueamiento de Harlem y otros barrios neoyorkinos. «Quiero decirles, damas y caballeros, que no hay tropas en el Ejército suficientes para romper la segregación y admitir a la raza negra en nuestros teatros, en nuestras piscinas, en nuestros hogares y en nuestras iglesias», afirmó Thurmond cuando se presentó a la Presidencia.

Y ahora, gracias a una investigación llevada a cabo por el diario New York Daily News en colaboración con la página www.ancenstry.com, resulta que la Historia les une a ambos: el bisabuelo del líder negro, Coleman Sharpton, fue propiedad de la familia de Thurmond. El estudio de los documentos relativos a la familia del senador revela que fue regalado por su dueño a Julia Thurmond, nieta del tatarabuelo del senador blanco.

Así que, justo cuando la prensa estadounidense recordaba los 200 años de la decisión del Reino Unido de prohibir el tráfico de esclavos en el Atlántico, también ha informado de que los dos políticos más opuestos del país tienen un pasado en común. Un pasado que, por ahora, sólo es legal. Pero que también podría ir más lejos. Un 30% de los negros estadounidenses tienen ADN europeo. En otras palabras: sus antepasadas tuvieron relaciones sexuales con sus propietarios. Un porcentaje considerable de ese ADN procede, según algunos investigadores, de españoles que estaban involucrados en la trata o que eran dueños de esclavos en Latinoamérica y que después los exportaron a Estados Unidos.

Sharpton no ha aceptado que se analice su código genético. Sin embargo, no sería sorprendente que Thurmond -que falleció en 2003, a los 100 años- y él fueran familia. Ya hay un precedente. El día en el que el senador murió, apareció, literalmente de la nada, Essie Mae Washington-Williams, una mujer nacida en 1925 producto de una relación entre Thurmond y su criada negra, Carrie Butler.

Y es que el viejo Storm -como se le llamaba familiarmente en EEUU- había tenido una relación con su criada. Una tradición muy común entre los terratenientes del Sur, que incluso practicó uno de los padres de la democracia estadounidense, el presidente Thomas Jefferson, que tuvo un hijo con su esclava Sally Hemmings, heredada de su suegro.

Aún sin saber si comparte sangre con Thurmond, Sharpton ha dejado claro que está bajo shock. «Ha sido probablemente el mayor golpe que he recibido en toda mi vida», ha declarado el líder negro, al que sus seguidores llaman El Reverendo, ya que es ministro de la Iglesia Pentecostal, una de las más extendidas por la comunidad afroamericana. Aunque su sorpresa no se debe tanto al hecho de saber que sus antepasados habían sido propiedad de los Thurmond, cuanto a la confirmación de que habían sido esclavos. Es decir, seres equivalentes a «dos tercios de las demás personas», según se explica en la Constitución de Estados Unidos. No deja de ser una cierta venganza de la Historia que el descendiente del mismo Coleman Sharpton que fue regalado a Julia Thurmond sea hoy un líder político de primer orden en Estados Unidos.

La búsqueda de las raíces realizada por Sharpton es uno de los pasatiempos nacionales de EEUU. En Washington, la empresa African Ancestry se dedica a buscar el código genético de sus clientes de raza negra para tratar de determinar a qué tribu africana pertenecían. Y entre la comunidad afroamericana se extienden las peregrinaciones a Africa Occidental en busca de los orígenes más remotos de cada uno. Son unas peregrinaciones que a veces acaban en el desencanto más absoluto, cuando los viajeros descubren que en realidad el tráfico de esclavos se realizaba con la activa colaboración de los reyes y jefes tribales africanos, que eran quienes capturaban a los cautivos y los vendían a los europeos. Por no hablar de los afroamericanos que descubren que muchos en Africa creen que, si América y Europa quieren saldar la deuda de la esclavitud, lo que deben hacer es abrir su mercado agrícola a las importaciones del mundo en vías de desarrollo.

Pero la idealización de los ancestros es algo muy estadounidense y tal vez comprensible en un país de inmigrantes en el que no hay nobleza y cuya ideología nacional -lo que se llama El Credo Americano- se asienta sobre la idea de la igualdad de todos los seres humanos.

Eso explica los intentos de Ronald Reagan de emparentarse con la Reina Victoria de Inglaterra. O el caso de los judíos procedentes de Rusia o de Amsterdam que juran, contra toda evidencia, que no son ashkenazis -es decir, judíos centroeuropeos-, sino sefardíes -descendientes de los expulsados de España en 1492-, lo que da un toque exótico y cierto caché.

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