Cuando en 1936 el joven judío Heinz Berggruen abandonó definitivamente su amado Berlín, entre sus pertenencias sólo se contaban el miedo al terror nazi y apenas 10 marcos en un bolsillo. Seis décadas más tarde, al regresar a la ciudad con todos los honores, en el equipaje del famoso galerista y coleccionista de arte viajaban 165 cuadros de afamados pintores modernistas, muchos de ellos impresionistas -los «degenerados» de Adolfo Hitler-, con un valor de 450 millones de euros.
En su colección, que finalmente cedió a la ciudad-estado por una cuarta parte de su precio estimado -110 millones a pagar en 10 años- y que hoy conforma el ineludible Museo Berggruen de la capital alemana, destacan dos nombres que marcaron su vida y su pasión: Pablo Picasso y Paul Klee. Con el primero entró en contacto en 1949 y mantuvo una larga y próspera amistad, pero al segundo nunca lo pudo conocer.
«Picasso fue el que determinó mi existencia y mi colección. Con él pasé las experiencias más grandes que he tenido jamás. Picasso es esencial para mí y para muchos de mis contemporáneos», aseguraba en una entrevista.
Berggruen fallecía en la madrugada del sábado en el hospital de Neuilly, a las afueras de París, a los 93 años. Sin embargo, en 1996 -coincidiendo con la inauguración de su museo en Berlín-, regresó a vivir a su ciudad natal, que le nombró hijo predilecto en 2004. «Berlín es mi patria emocional», confesó el coleccionista. Por ello no es de extrañar que muchas mañanas se desplazara hasta el museo para admirar sus telas durante largas horas. «La única cosa que no me cansa en este mundo es contemplar un cuadro», afirmaba.
Heinz Berggruen nació en 1914 en un hogar judío acomodado. Su padre regentaba una empresa de papelería y pudo enviar a su hijo a estudiar Literatura e Historia del Arte a Toulouse y Grenoble (Francia). Pero en 1935 tomó la decisión de regresar a su país, a pesar de que el fanatismo nacionalsocialista alcanzaba su cénit. Allí comenzó a trabajar en varios periódicos, entre ellos el Frankfurter Allgemeine Zeitung, donde escribía artículos que en 1936 se vio obligado a firmar con sus siglas. Finalmente, huyendo del acoso nazi, tuvo que emigrar a California, donde recibió la ciudadanía estadounidense.
En aquellas tierras recuperó una de sus pasiones, el periodismo, que pudo combinar con sus conocimientos artísticos, escribiendo artículos de arte para The San Francisco Chronicle. Gracias a ellos acabará trabajando en el Museo de Arte de la ciudad, donde se desató su amor por la pintura y conoció al artista mexicano Diego Rivera y a su esposa, Frida Kahlo, con quien viviría una historia apasionada.
Es en 1940 cuando compró su primer cuadro: una acuarela del suizo Paul Klee por 100 dólares, Perspectiva-Fantasma, una pieza que le acompañaría el resto de su vida como un talismán. Como combatiente de EEUU, desembarcó en Europa durante la II Guerra Mundial y regresó a Berlín, donde los destrozos le resultaron insoportables. Terminada la contienda, abrió en 1947 en París su primera galería de arte en la margen izquierda del río Sena.
Fue entonces cuando arrancó una carrera imparable como marchante y coleccionista en la que se dedicó a reunir y exponer piezas de grandes maestros, como Matisse, Cézanne y, sobre todo, Klee y Picasso, sus favoritos. «En realidad, yo era mi mejor cliente. Siempre lo he sido, tenía un feeling especial para saber qué pintor iba a triunfar». Y lo cierto es que hasta el día de su muerte, ese olfato para el éxito nunca le faltó a este importante mecenas contemporáneo.
Heinz Berggruen, coleccionista de arte, nació el 5 de enero de 1914 en Berlín y falleció el 24 de febrero de 2007 en París.