Brazilian Girls
Escenario: La (2) de Apolo. / Fecha: 26 de febrero.
Calificación: ***
Al escuchar sus discos, se percibe claramente que Brazilian Girls es un proyecto de estudio: suenan muchas ideas diferentes y todas en su sitio a la vez que se cruzan entre sí.
Es la gran virtud -y por contra, también el talón de Aquiles- de este cuarteto neoyorquino políglota, omnívoro y post-moderno: son una fusión global de ritmos y culturas, fáciles de digerir porque nunca se desapegan del lenguaje del pop y del de la música electrónica, pero a la vez dispersos y caprichosos como en su nuevo disco, el regular Talk to la bomb (Verve, 2007). En cualquier caso, si bien en la escucha doméstica se nota su vocación de grupo de estudio, detallista hasta el punto de la obsesión enfermiza, Brazilian Girls son toda una sorpresa en directo. Porque, milagrosamente, son mejores aún cuando están encima de un escenario.
El proyecto Brazilian Girls, de hecho, nació en un club de Manhattan, el Nublu, un pequeño rincón del downtown en el que, con poco público y buenos medios, la cantante Sabina y los tres cerebros musicales del grupo pudieron experimentar con todo tipo de sonidos, ritmos e influencias. Ahí se curtieron, tocando cada noche para una parroquia que casi nunca se solía repetir. Todo valía porque había que soprender, y cuando todo vale es imperativo ser conciso si se pretende que el mejunje funcione en directo. Y el de Brazilian Girls funciona. Es sólido y no se anda por las ramas.
De las muchas influencias que se perciben en sus canciones, a la hora de la verdad, son capaces de jerarquizarlas y sacar a relucir aquellas que transmiten la mayor carga de energía: ritmos de baile y melodías pegadizas. Los detalles de bossa nova, de jazz fusión, el resto de ritmos latinos quedan en un segundo plano. No es que desaparezcan, porque incluso cuando el concierto lo tenían arriba no dudaron en bajar el ritmo y jugársela con la balada Me gusta cuando callas. Pero nunca le ganan la partida a la percusión, o al groove más impactante.
Los chicos de Brazilian Girls son buenos músicos. El percusionista es una máquina de precisión que toca en tiempo real los complejos y sincopados ritmos del drum'n'bass. Y el resto no le va a la zaga. Y Sabina, aunque sea una frontwoman distante -con los ojos tapados por el flequillo, creando una barrera comunicativa entre el público y ella-, es también una líder con un carisma por pulir y, sobre todo, con las tablas y la buena voz necesaria para conducir a buen puerto un viaje que podría haber sido accidentado y acabó transcurriendo en una precisa línea recta. Un viaje que acababa, inevitablemente, en los pies.