Más de 23.000 elefantes de la sabana africana perdieron la vida entre agosto de 2005 y agosto de 2006 para que sus colmillos pudieran convertirse en objetos de decoración, regalos y sellos de estampación. Éste es el cálculo que acaban de realizar científicos del centro de Conservación Biológica de Seattle (Estados Unidos), que han utilizado, por vez primera, el ADN de los colmillos confiscados en el tráfico ilegal para averiguar el lugar exacto del que salieron. «Conociendo de dónde proceden será más fácil luchar contra la caza furtiva», ha señalado Samuel K. Wasser, el director de la investigación que, además de en Seattle, también trabaja en Tanzania.
Los científicos utilizaron en su análisis el marfil de origen ilegal confiscado en Singapur en junio de 2002: 532 colmillos guardados en 20 contenedores que habían llegado hasta Asia desde Malawi, en el centro de Africa. El cargamento incluía 42.000 hankos, pequeños bloques de marfil muy populares en China y Japón para sellar o como cortaplumas.
En total, entre 3.000 y 6.500 elefantes habían sido sacrificados, pero no se sabía con certeza en qué país había ocurrido la matanza, si en Zambia o Malawi, fruto de una caza furtiva intensa, o en numerosas localizaciones en todo el continente, incluido Congo. Una red de contrabando lo habría trasladado a Malawi.
Los científicos seleccionaron 67 de los colmillos y, de ellos, consiguieron 37 muestras de ADN que contrastaron con las de una base de datos obtenida previamente por Wasser en Malawi, Zambia y Tanzania. Todas las muestras confiscadas en Singapur coincidían con las de los elefantes de la sabana, en concreto de Zambia, un país que ya en 1989 firmó la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna (CITES), pero que está claro que no ha hecho lo suficiente para acabar con los furtivos. «La afirmación mantenida hasta ahora de que sólo se han matado ilegalmente a 135 elefantes en Zambia durante los últimos 10 años parece muy pequeña cuando sólo en un cargamento se estima que había restos de entre 3.000 y 6.500», señalan los investigadores en la revista Proceedinds of National Academy of Science (PNAS), donde han publicado su trabajo esta semana. El peso de cada colmillo, unos 11 kilos, indica que, además, pertenecieron a ejemplares adultos y viejos.
Tres años después de aquella operación policial en Singapur, otras seis toneladas de marfil procedentes del mismo país fueron localizadas en Filipinas y sólo el año pasado se confiscaron otros 23.400 kilos. «Dado que sólo se recupera el 10% del contrabando en todo tipo de comercio ilegal, estimamos que en 12 meses se traficó con 234.600 kilos, que suponen 23.000 elefantes», asegura Wasser.
El conservacionista insiste en que los gigantescos y majestuosos paquidermos no pueden desaparecer porque su papel en el ecosistema no es trivial. «Son la piedra angular de muchas otras especies y su extinción altera el hábitat», los defiende.
Pero ¿cómo puede un país pobre como Zambia luchar contra criminales financiados en el poderoso Lejano Oriente? Pese a la prohibición de cazar elefantes desde 1989, lo cierto es que el mercado no ha dejado de crecer. Si en los años 90 un kilo de marfil se vendía en China o Japón a 100 dólares, en 2004 alcanzó los 750 dólares y sigue subiendo. Son datos que sugieren que el mercado está siendo estimulado, sobre todo en China, y eso pone en peligro a los elefantes africanos y asiáticos. «Dada la escalada a nivel internacional de este tráfico sugerimos que la forma de combatirlo es prohibir la entrada de marfil en todos los mercados», aconsejan Wasser y su equipo.
Consideran que el ADN ayudará a saber su origen preciso y tomar medidas locales contra la caza furtiva (para lo que se necesitará ayuda exterior), pero insisten en la necesidad de sensibilizar a los países desarrollados y del Lejano Oriente sobre el problema que supone la demanda de marfil «antes de que sea demasiado tarde».