FATIMA RUIZ
MADRID.-
Ha confesado en unas memorias políticas su amor por los encuentros y las emociones colectivas. Y su dolor por la «sangría» de talento que ha arrebatado a Francia en los últimos años a un millón de ciudadanos huidos al extranjero en pos del éxito: una pérdida, ha llegado a escribir, equiparable «en valor absoluto» a la que padeció el Hexágono durante la Primera Guerra Mundial. Por ello, Nicolas Sarkozy se ha convertido en el primer candidato francés que corteja a sus electores fuera de las fronteras. Primero lo hizo en Londres. Ayer en Madrid, ante unos 1.000 conciudadanos expatriados en España y reunidos para escuchar a un hombre que les instó a «no desesperar de una Francia que está allí donde hay franceses».
El ministro y candidato hizo una entrada triunfal junto a Mariano Rajoy entre los aplausos y las banderas francesas y españolas enarboladas por el público que llenaba el auditorio del Palacio de Congresos de Madrid, «ciudad en la que late el corazón de España», como dijo al comienzo de un discurso plagado de elogios hacia una España moderna que reivindicó deudora del Gobierno de José María Aznar. Sarkozy llegó a asegurar que tras el Siglo de Oro, España «no alcanzó una fuerza de creación similar más que con Aznar». En esa España, dijo, debe mirarse la Francia del futuro. También hubo elogios para el actual líder del PP, Mariano Rajoy, quien, a su juicio, representa «la España del mañana».
El hijo de inmigrante húngaro que aspira a conquistar el Elíseo rindió homenaje a una comunidad francesa en el extranjero que «no ha abandonado su país, sino que lo sirve». En ella trazó una distinción entre quienes abandonan el país «por el gusto de la aventura» y aquellos «exiliados» con el el sentimiento de que no hay lugar para ellos allí donde nacieron. A ellos apeló ayer: «No dejéis que os roben Francia». Y les instó a regresar a un país del que «poder estar orgullosos de nuevo».
El gendarme de hierro arremetió ayer contra la herencia de mayo del 68, denunciando el «pensamiento único» de una ideología que «invierte los valores y de la que los jóvenes son las principales víctimas», al inculcarles que «todo les es debido». Y evocó la figura de Jules Ferry, el padre de la escuela republicana, a la hora de destacar la importancia de la disciplina en las escuelas. Atacó también a la izquierda del asistencialismo y el igualitarismo por lo bajo, que tildó de «degradante», asegurando que «Jospin y Royal no respetan el trabajo y por eso defienden las 35 horas». «Estoy harto de oír hablar de mínimos. Yo quiero una sociedad de máximos», sentenció.
Sarkozy pronunció ayer un discurso que reivindicaba los valores de una derecha sin complejos encargada de construir la «República del mérito, la libertad y la fraternidad», como ya lo hizo en su libro Testimonio (Editorial Foca), en el que se declara heredero de la figura de De Gaulle por haber «reunido a millones de franceses de todos los orígenes y clases sociales en una cierta idea de Francia»: una auténtica inspiración para quien, según ha escrito, tiene voluntad de acoger en el ancho seno de una renovada y orgullosa derecha francesa a los «desesperanzados» votantes de Le Pen y a los socialistas defraudados con el «conservador» programa de Royal. La tarea se presenta difícil porque, según su propio recuento, que incluye el voto en blanco y nulo y el de protesta, uno de cada dos electores no se reconoce en el funcionamiento de la democracia francesa.
«Ser patriota»
Por eso mismo y porque cada voto cuenta, ayer se dirigió a sus compatriotas para evitar un nuevo «tsunami» político, según su propia definición, como el que sacudió a la sociedad francesa en las presidenciales de 2002 dando a Le Pen la ocasión de disputarle a Chirac la segunda vuelta. Ante ellos propugnó una «revolución económica basada en ese trabajo» que recupere «la utilidad social como piedra angular de la autoestima». Y a ellos instó a «dar y no sólo recibir», porque eso es «ser patriota», algo que «no está pasado» de moda.
Por último y antes de arrancarse junto al público a entonar la Marsellesa como despedida, aseguró que «nuestro futuro se juega en el Mediterráneo», pese al «error» cometido por Europa al darle la espalda.
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