Antonio Lucas
Aquella escena tan goyesca donde dos paisanos se aboyaban la testa a estacazos es la mejor representación plástica de una España que ha enfilado la Cuaresma con un calentón de alarma social sin saber muy bien por dónde está tronando. La primera en resentirse de este brote de polen chungo y prematuro es la Bolsa, que ayer cerró el chiringuito alborotada por la pájara del Ibex 35. La caída del dinero trae una convulsión de beatos de la pela, una feligresía de brokers guardando luto. Es cuando toda la picaresca perfumada del parqué se despide con mucha prisa y escapa por la orilla del Museo del Prado para llevar las cuentas al tinte y borrar las huellas de la información privilegiada o blanquear los lamparones de una comisión.
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Unos, los triunfadores del papel/acción, salen de la Plaza de la Bolsa a la derecha, escalando la Castellana, de Colón a las Torres Kio. Los otros bajan por la acera de la izquierda, se rascan del bolsillo medio euro y entran con la autoridad que da el fracaso hasta la barra del fondo de El Brillante, frente a Atocha. El bocata de calamares nos iguala, como el fuego. La vieja estación era la puerta de entrada en un Madrid de estañadores donde los macarras se llevaban las sobras del cocido en la Bultaco. La vida se ha ido engolfando, pero en Madrid aún quedan puntos de encuentro de los sin sitio, como El Brillante, donde el aire duerme tiznado de olores mixtos y un croupier con mechas se juega el limosneo de las propinas a un pincho de tortilla y un café torrefacto.
Hoy el Foro se ha enjuagado y hasta El Retiro huele a Ariel. Ya sólo falta un Estatuto costumbrista por barrios y que Gallardón escriba sus recuerdos de solfeo cumpliendo así esa máxima sobaquera de que quien perpetra unas memorias políticas está de retirada. No te cortes, alcalde, tira tu OPA de folios al cenagal del Manzanares. Esta ciudad, nacida del injerto de un corralón triste en la llanura, se ha hecho relámpago de luz, se ha puesto unas mechas de vida y ahora tiene un misterio polifónico, intenso, grave, lúdico, peligroso y absurdo, todo a la vez, por eso nos gusta. En Madrid se olvida y se mata con igual empeño. Se ama y se pierde. Se habla en frases cortas. Los coches se puentean con abrecartas. Pelan a los tolais asestándoles remedios chinos contra el mal de ojo. Y pese al butrón en la capa de ozono, ni dios ve las estrellas. Aquí existen todavía casas con corral y un olivar ilustrado en Chamartín (el de la Fundación Castillejo). Perico Beltrán reina en la Plaza de Santa Ana, de palacio en palacio, con andar de viejo matador y el talento de punta, principesco, como un Rilke de Cartagena que sabe de toros más que los toros, de cine más que las cámaras. Eso también es el Foro, o sobre todo. Lo dicho: entre Atocha y Azca, me quedo en El Brillante. Buen provecho.
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