Miércoles, 28 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6282.
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 MUNDO
Una cámara graba en Alemania al violador y asesino de un niño
El circuito cerrado de televisión de un autobús registró la última imagen de Mitja, de 9 años, riendo junto al pederasta que luego lo mataría
CARLOS ALVARO ROLDAN. Corresponsal

BERLIN.- El niño ríe divertido y el hombre sonríe mientras mira fijamente a la cámara de seguridad, una de las más de 800.000 que existen en toda Alemania. La imagen en sí, tomada en un vagón de la línea 11 del metro de Leipzig a las 16.49 horas del jueves, puede resultar hasta divertida e ingenua fuera de contexto.

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Pero Mitja Hofmann, de 9 años, apareció dos días más tarde violado y asesinado en una parcela de Uwe Kolbig, de 43 años, su acompañante en la foto, y decenas de policías y voluntarios se han lanzado desde entonces a una «caza del hombre» por los alrededores de Leipzig con helicópteros y cámaras de vídeo térmicas. De momento se lo ha tragado la tierra y la conmoción sacude a la sociedad alemana, que no puede comprender cómo un individuo con numerosos antecedentes por acoso sexual a menores podía seguir en la calle.

Todo arranca a mediodía del jueves pasado, cuando el pequeño, de vacaciones, fue llevado a la guardería Colina soleada por sus padres, que debían trabajar. Él, carpintero, Jörg (49 años), y ella vendedora, Gabriela (50), ambos progenitores a su vez de otros siete niños. No se sabe aún exactamente por qué, pero Mitja toma la decisión de marcharse a casa solo por primera y última vez en su vida. Para ello, repite al detalle lo que ya ha visto hacer a sus padres y sube al metro.

«No tenía dinero», según confiesa su madre al diario Bild. «Ese día tuve un extraño presentimiento», añade, «pero pensé que eran cosas de madre». Allí, las imágenes dadas a conocer se toman cuando a Mitja le faltan sólo dos paradas para llegar a su casa. Sin embargo parece estar pasándolo bien con su nuevo amigo y la investigación policial establece que ambos bajaron del vagón a las 16.58 horas, cinco estaciones más allá. Sin ningún tipo de violencia, según los testigos, siempre riendo.

Uwe, que es padre de una niña de 11 años, conduce al muchacho a una parcela que tiene arrendada en una colonia de jardines fundada en 1915. La número 29. Pero antes se detendrán en una pastelería, «Damm», y allí Mitja elige un pastel con fresas de 0,95 céntimos que pagará su presunto asesino, según recuerda la vendedora. Poco más se sabe. Esa misma tarde sus padres denuncian su desaparición, y al día siguiente los investigadores hallan las imágenes de seguridad en el vagón. Las fotos son publicadas en la prensa y el sábado, a las 19.00 horas, dan su fruto. Una llamada asegura que ha visto a ese hombre en la colonia de jardines.

En la parcela de Koblig se termina por descubrir el cuerpo del niño completamente vestido y cubierto cuidadosamente por el follaje. Según los expertos forenses, no murió hasta el viernes. En el jardín, junto a un habitáculo, se encuentra un columpio. Ni una pista del hombre. La sociedad alemana no puede comprender por qué Koblig, desempleado, seguía en libertad con sus antecedentes. El primero de ellos, de 1979, sólo es por un robo cuando tenía 15 años. Pero dos años después, en 1981, aún menor de edad, ya se le condena a un año de reclusión en un centro por abuso de menores.

En 1983, ya como adulto, vuelve a recaer y es condenado a seis meses de reclusión. Dos años más tarde el incidente se repite y Uwe Koblig es encerrado por dos años y medio en una cárcel. El 6 de julio de 1989, en su último antecedente dentro de la extinta República Democrática de Alemania (RDA), vuelve a ser condenado a tres años. Su último delito conocido se produce en un lago de Leipzig. Allí baja el bañador a Patrick, de 11 años, pero éste grita y Koblig sale huyendo. La pena será de tres años.

Se da la casualidad de que el sospechoso recibió tratamiento durante dos años (1987-89) en el hospital psiquiátrico Altscherbitz -apenas a 500 metros del jardín en el que apareció el cuerpo de Mitja- por problemas de alcoholismo. Ahora lo peor está por llegar para los padres. Según los psicólogos que atienden a los padres, tras el shock por la muerte, que puede durar 14 días, llegará un periodo de «sentido de culpabilidad», que se prolongará durante años.

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