Por primera vez en mucho tiempo, una declaración de la UE no sonará a repetitivo comunicado plagado de la jerga favorita de la organización que «acoge con satisfacción» hasta sus propias decisiones, «expresa preocupación» sobre crisis mundiales y, de vez en cuando, «condena» alguna brutalidad «en los términos más fuertes» (con poca imaginación, al parecer, para explicitar esos términos). Alemania, presidente de turno de la Unión, lleva con sigilo los llamados confesionarios con los estados miembros para elaborar una Declaración «legible» y «bien escrita», una condición novedosa en las instituciones europeas.

Los 27 embajadores ante la UE no se sentarán, como de costumbre, a discutir sobre cada punto y coma -no es una exageración- para colar sus referencias o purificar las que consideren peligrosas. Cada estado miembro tiene dos sherpas -en el caso español, Alberto Navarro, secretario de Estado para la UE, y Carles Casajuana, asesor diplomático de Zapatero-, que ya han presentado sus prioridades en Berlín para ayudar a la Presidencia a subir hacia la cumbre del 25 de marzo. Con el conjunto de las ideas menos controvertidas, sólo una persona -un profesional de la literatura o el periodismo, según fuentes diplomáticas- escribirá la Declaración. El encargado de redactarla, tal vez célebre, le dará personalmente el texto a Angela Merkel.

Ése es el plan de la canciller alemana, quien no tiene intención de circular la Declaración entre sus colegas hasta la cena del 24 de marzo, con la esperanza de que nadie monte en cólera. La líder alemana repite que, al no ser un texto legal, no se debe aprobar a la manera tradicional. Mientras tanto, acepta todas las sugerencias para sus tres partes: una breve, sobre los logros de la UE, otra con sus valores y una tercera sobre los desafíos.

España quiere que en el texto, de un par de páginas, se mencione la moneda única como uno de los hitos de la UE -algo a lo que se oponen tajantemente los británicos- y que, entre los retos futuros, se incluya, al menos indirectamente, la Constitución.

Los ayatolás -como llaman los anglosajones a los países más partidarios del Tratado y de la integración europea, como España, Luxemburgo o Alemania- se conformarán con que en la Declaración haya una frase velada sobre la necesidad de reformas institucionales. «Tiene que ser muy breve, muy política y muy clara», explica Navarro, a quien le gustaría una referencia al futuro texto, aunque sean prescindibles las palabras «Tratado para establecer una Constitución para Europa».

Según el sherpa español, no hace falta introducir ahora la polémica, ya que «las negociaciones más difíciles empezarán a partir del 6 de mayo», es decir cuando los franceses elijan a su presidente de la República y tomen una postura sobre qué hacer con el Tratado en la cumbre de junio. En la presentación ante el Parlamento Europeo de las conclusiones de la reunión de Madrid de los 18 países que han ratificado la Constitución, Navarro recordará hoy que los del sí están abiertos a cambios con tal de empujar un Tratado nuevo lo antes posible y conseguir la reconciliación con los del no, en particular Francia. «Para nosotros, es necesario abrir una nueva página. Rechazamos el texto, pero estamos de acuerdo en que haya una reforma institucional, aunque no se llame Constitución», explica un portavoz francés, Nicolas de la Grandville, que también defiende la inclusión de la moneda única. «El euro ha cambiado la vida de los europeos, no vemos razón para ocultarlo», señala.

El Reino Unido pretende introducir la ampliación, quitarle de la cabeza a Merkel las negociaciones aceleradas del nuevo Tratado y hacer una declaración lo más solemne y vacía posible. Para crearle problemas a la canciller, también estará el presidente polaco, Lech Kaczynski, que ya la ha desafiado en las relaciones con Rusia o el escudo antimisiles de EEUU que quiere acoger el Gobierno de Varsovia. «La declaración no debe ser simplemente una autocelebración de los viejos estados miembros. Debe incluir nuestra parte de Europa, con nuestro proceso paralelo después de la II Guerra Mundial... Debe mencionar el legado oscuro de la política europea. Durante los grandes éxitos de la UE en los 90, tuvimos una grave guerra en los Balcanes», decía la semana pasada el sherpa polaco, Marek Cichocki.

Varsovia y Dublín querrían ver también una referencia a los valores cristianos, algo innecesario para franceses o españoles, que están, además, entre los nueve países que han pedido a la canciller la mención de la «Europa social».

La lista de Merkel se puede quedar muy corta si lo que busca es el consenso, más allá de la libertad y la solidaridad, como valores, y el cambio climático o la globalización como desafíos. La vida a Seis, aunque su país -entonces Alemania del Este- ni siquiera estuviera, era mucho más fácil que a Veintisiete.