ARCADI ESPADA
Una de las preguntas más estúpidas que pueden hacerse en España es por qué el llamado Otegi no condena la violencia. ¿Cómo iba yo a escribir este párrafo si el llamado Otegi hiciera eso? ¿Es que acaso escribo sobre el desgajado Patxi Zabaleta? Y, pasando del yo a las instituciones, ¿cómo iba a entrevistarle La Vanguardia, ese diario de orden, si condenase la violencia?
Todo el glamour del llamado Otegi reside en su si es no es respecto de la violencia. Y la ambigüedad sólo la abandonará en estos dos supuestos: si los terroristas anuncian el abandono de las armas o si llega a la conclusión de que la izquierda abertzale le seguirá en el caso de que se desgaje de ETA. Mientras tanto el llamado Otegi permanecerá con un pie a cada lado de la calle.
Un periódico democrático (aunque otra cosa son los aristocráticos) no debe hacer entrevistas a un terrorista o a sus aliados. No por no alentar el mal ni por el contagio (ajajajá: como en el caso de los suicidas); sino por la escasez de papel. Un terrorista vasco, como lo indican estas tres palabras a poco de que se mediten, está fuera del mundo y sus protocolos; y sólo porque se proyectan sobre personas correctamente diseñadas se debe dar cuenta de sus acciones. Pero jamás de sus declaraciones, que a la razón y sazón son tanto como si alguien dijera «campote forroncho, ajoladura trey fis» y el periódico lo publicara a cuatro columnas.
No tengo ninguna duda de que al otro lado de la normalidad hay fenómenos muy llamativos, cocodrilos que lloran y temas así, pero es más útil que de ello se ocupe la poesía automática. El periodismo, aún, se debe a la sintaxis convencional y sólo debe hablar del cocodrilo cuando se zampe a un explorador o, aunque lo dé más pequeñito, a un indígena.
La pistola que habla no va abandonar fácilmente su condición mientras el periodismo consienta. Porque además del mencionado glamour está otra evidencia, más decisiva. El aspecto performativo del discurso. Lo que le otorga su auténtico bagaje intelectual y político, su inteligibilidad. Basta imaginar al llamado Otegi en los periódicos al día siguiente de enfundarla. Un hombre que entra en un banco y dice «¡La bolsa o la vida!», sin mayor arte de pesca entre las manos.
(Coda: «La política antiterrorista del PP no derrota a ETA y concluye con 191 muertos. ¿Alguien plantea que ésa es la política que conviene no ya a los vascos sino al conjunto del Estado?». [Le preguntan luego si condenó el 11-M]: «Lo reprobé. La condena afecta más a lo moral que a lo político y yo planteé un rechazo en términos políticos. Quien hizo el 11-M buscaba el mayor número de víctimas y además en trenes de cercanías que acercaban a trabajadores a sus puestos de trabajo. Desde nuestro punto de vista, eso es absolutamente rechazable.» La Vanguardia, 27 de febrero de 2007.)
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