Cuando Abraham regresa de Kyoto, habla con los catalanes en inglés. Es la lengua que ha utilizado durante los 25 años que ha vivido en Japón y «el reflejo de que en algunos lugares de Barcelona el catalán ya no es necesario», dice Joaquim Pijoan (Santa Cristina d'Aro, 1958).
Ganadora del último Premi Sant Jordi, Sayonara Barcelona (Proa) pasa en sus primeras páginas por un montón de lugares comunes: los taxistas preguntan «¿cómo dise?» y los camareros cecean.Y eso es porque «la realidad ha acabado pareciéndose a los tópicos», según el autor. La causa: un conformismo que no acepta la crítica y cuyas consecuencias saltan a la vista.
En su novela, Pijoan confronta el orden idealizado del país nipón al caos provinciano que el protagonista percibe nada más aterrizar en Barcelona. «En el lugar de donde viene, su mujer Michimi viste en kimono, mientras los trenes superan los 300 kilómetros por hora», explica, «el respeto por las tradiciones en Japón convive con el uso de las nuevas tecnologías».
En Cataluña, en cambio, se confunde tradición con conservadurismo, según Pijoan. Y así, pese al incremento del turismo y la inmigración en los últimos cinco años, las administraciones actúan como acostumbraban: «Aquí, si llegas a Lleida con media hora de retraso, tienes suerte; por no hablar de las retenciones diarias en la línea 5 del metro».
Las infraestructuras no están adaptadas a la nueva ciudad, como tampoco lo está la promoción artística. Pintor, además de escritor, Pijoan se pregunta por qué el MNAC siempre está vacío, cuando cuenta con la colección de románico más importante del mundo.Considera que el Macba se ha construido a «espaldas de una realidad pictórica».
Resultado: el gran foco cultural se ha desplazado a Madrid. Entre las razones, el escritor destaca la falta de atención por parte de los medios. Y en el libro no se corta. El protagonista se da cuenta de que realmente ha llegado a Barcelona cuando descubre que el presidente de La Vanguardia sigue siendo el Conde de Godó; a El Periódico lo llama «ése diario amarillo que los paletas utilizan para envolver el bocata», y el Avui le sirve para saber cuál es el «clima del catalanismo, si es que aún existe».
Con Sayonara Barcelona, Pijoan quería escribir una historia que hiciera de contrapeso «a la Barcelona triunfalista que nos venden los políticos» y, de momento, ha conseguido unas cuantas críticas.No le sorprende. El conservadurismo empieza en el poder que, además de obligarte a mantener tu silla, «condiciona todo lo que dices». Como ejemplo, pone a ERC: «Si los hubiera votado, me sentiría estafado».
Tampoco le sorprende que nadie cuestione a la administración: «En un mundo cultural que funciona con subvenciones, no puedes tirar piedras a tu propio tejado». Barcelona se convierte así en eterna representante del ara no toca.
Lo que sí le sorprendió fue ganar el Sant Jordi; si hasta su personaje, Abraham, acaba conformándose, como hace todo el mundo cuando lleva un par de semanas habituándose a la ciudad.
El problema de tanto juicio explícito es que la trama de la novela queda en un segundo plano. «En realidad, Sayonara Barcelona es una historia de tres amores», suspira el autor. Metafóricamente, se trataría del amor a la pintura, a un pasado bohemio y a un país idealizado: Japón. Pero, por decirlo en términos catalanes, ara no toca.