ELENA CUESTA
BARCELONA.-
La ciudad es un ser vivo que nace, crece y se reproduce, aunque nunca muere, porque se transforma continuamente. Manolo Laguillo lo sabe bien. Con su cámara ha perseguido el devenir de Barcelona y ha retratado la parte de atrás de la ciudad, el trastero que nunca nadie se acuerda de ordenar.
Una buena muestra de sus series sobre la capital catalana se exponen desde hoy en el Museu d'Art Contemporani de Barcelona (Macba) y en ellas se aprecia la atracción del fotógrafo por edificios ajenos a su entorno, descampados circundados por autopistas, esquinas solitarias y restos del patrimonio industrial.
El trabajo de Laguillo, que puede verse hasta el 6 de mayo, debe enmarcarse en la llamada nueva topografía, un movimiento de renovación de la fotografía documental que se caracteriza por el gran formato, la recuperación de la tradición topográfica del siglo XIX y por la representación de las transformaciones urbanas. Y las fotografías de Manolo Laguillo, como los mapas, no tienen personas, sólo piedras, cables y asfalto. En sus imágenes, los edificios son las células y las ciudades, los organismos.
La exposición empieza con las primeras obras de Laguillo, de 1978, y acaba con una serie de 1997, aunque en una sala de proyecciones puede apreciarse su trabajo más reciente, en el que bucea todavía en esa Barcelona fea que no sale en las postales. «¿Hubiera sido posible hacer esta exposición hace diez años? La respuesta es no, porque las fotos deben reposar unos cuantos años, porque en las instituciones no había entonces un clima favorable a la fotografía y porque Barcelona no se hubiera gustado», explicó ayer Manolo Laguillo, quien hizo esta comparación: «A nadie le gusta que le fotografíen con los rulos puestos o sin afeitar».
Esa Barcelona sin afeitar está formada, según la cámara de Manolo Laguillo, por suburbios, edificios olvidados, calles enfangadas y esquinas abandonadas. Su ciudad es desoladora, a la vez que portadora de una renovación de la práctica documental urbana.
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