Pedro Víllora
Estos días ha estado en Madrid Guy Foissy. Así dicho, no parece una noticia relevante, pero Foissy es el autor de Dirección Gritadero, la obra que representa el Centro Dramático Nacional en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero. Teniendo en cuenta que los otros espectáculos que hoy tiene el CDN son de Peter Weiss y Henrik Ibsen, podrá sospecharse que algo especial tendrá para ir en semejante compañía. Foissy es un grande que nunca había estrenado en España, de ahí que sus productores comentasen con varios medios de comunicación la posibilidad de entrevistarlo: «Tenemos a Foissy, importantísimo franco-senegalés que por primera vez estrena en España». «Ah, ¿y cuántos años tiene?» «74». «¡74! No nos interesa. Si fuese joven podríamos hacer algo, pero así no». ¿Han leído algo sobre Foissy recientemente? ¿No? Pues ya saben...
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Hará unos 15 años escuché a Javier Marías en su conferencia La dificultad de perder la juventud. A él, novelista de cuarenta y tantos años con veinte de experiencia, todavía se le consideraba joven: algo que está muy bien porque críticos y periodistas recurrirán a ti para el habitual reportaje sobre la creación juvenil, pero que está muy mal porque en el fondo no te tratan con seriedad sino como a un eterno principiante.
En el caso del teatro español, se sigue llamando «jóvenes autores» a gente que supera los cuarenta años. De Juan Carlos Rubio -Humo, en el Maravillas-, Jordi Galcerán -El método Grönholm, en el Marquina-, José Ramón Fernández -La tierra, en la Cuarta Pared- o Sergi Belbel -Móvil, pronto en el María Guerrero- podemos ver obras propias. De coetáneos suyos tenemos que conformarnos con versiones: Yolanda Pallín -Guillén de Castro- e Ignacio García May -Cervantes y el Romancero- en el Pavón, Juan Mayorga -Ibsen- en el Valle-Inclán, o Ignacio del Moral y Ernesto Caballero -Mihura- en el María Guerrero. Pocos de estos nueve admirables autores españoles viven exclusivamente de la escritura teatral. Ninguno tiene el estreno garantizado. Cualquiera tendrá más facilidades para que se le invite a adaptar un texto ajeno que para escribir una pieza original. Todos entran aún en el saco de los jóvenes -que de espíritu lo serán- y eso les garantiza cierta atención, pero es su madurez y no su edad la que los hace extraordinarios.
La semana próxima tendrá lugar en la Real Escuela Superior de Arte Dramático un Encuentro Internacional de Jóvenes Dramaturgos con autores veinteañeros y profesores de escritura de toda Europa. Se conocerán y hablarán de sus problemas particulares y comunes, entre ellos los apoyos que reciben. La doctrina liberal dirá que los jóvenes dramaturgos deben enfrentarse a una economía de libre mercado, ofrecer textos al público y desaparecer de la oferta si nadie los demanda. La doctrina socialista dirá que deben establecerse becas, ayudas y subvenciones al margen del gusto del espectador. En el primer caso, los jóvenes escritores acaso se vean frustrados por un fracaso inicial que no puedan superar.
En el segundo, corren el peligro de escribir sólo para satisfacer el elitismo de las escasas personas que deciden a quién se beca y a quién no. De un modo u otro, tienen de su parte la verdadera juventud -que por fortuna se acaba-, la promesa del futuro y la atención de unos medios que, cuando lleguen a la edad de Foissy, ojalá mantengan. La dificultad de envejecer en esta profesión.
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