Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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Viaje con lápiz: de Basi a Dumas
LETICIA BLANCO

Hablar de Lluís Juste de Nin equivale sí o sí a hablar de moda.De Armand Basi, de la preciosa capa negra de la colección de este invierno que ha enamorado a un buen puñado de fashionistas y de Markus Lupfer, ese flamante fichaje internacional importado de Londres que ha devuelto la confianza a la moda hecha aquí.Pero De Nin no pertenece a ese fenotipo de hombre que funciona a base de esquemas, que compartimenta su vida.

Por eso no es raro que a estas alturas de la partida, instalado en la cómoda burbuja del éxito, se desmarque como autor de novela gráfica (sí, sí, de cómics). Una vuelta a los orígenes, ligados al lápiz. Rescatando la frescura de aquel pizpireto estudiante del Liceo Francés que hacía caricaturas de los profesores cuando se aburría en clase; y recuperando una de las primeras lecturas que marcó su adolescencia, El Conde de Montecristo. Lo hace con una reinterpretación fresca, divertida y muy libre de una de las mejores novelas de aventuras escrita en lengua francesa.Eso sí, los buscavidas que deambulan por la decadente Marsella de Alexandre Dumas se trasladan en esta ocasión a la deprimida Barcelona de 1941 y Edmond Dantès se enfrenta a mafiosos y jueces corruptos de la España franquista. Mucho gris y mucho calabozo hay en Montecristo 1941, que recorre buena parte de la historia reciente: desde la década de los 40 hasta la transición. Y repasa, por el camino, desde el estreno de Raza hasta la Guerra de Argelia o el asesinato de Allende.

Más sensible que el de Dumas y con medio corazón en Venecia.Así es el protagonista de Montecristo 1941, de Lluís Juste de Nin. ¿Y ese sospechoso parecido físico? «Bueno, supongo que todos los autores se retratan como les gustaría ser», explica De Nin, emocionado como un niño con zapatos nuevos ante esta nueva etapa, a medio camino entre lo profesional y lo personal.

La pasión por el dibujo nunca ha abandonado a Juste de Nin desde que le enganchó en la juventud. Ni en su faceta de diseñador al frente de Armand Basi (era el responsable creativo hasta los fichajes de Miriam Ocáriz y Josep Abril para las líneas de mujer y hombre), ni en sus ratos libres, de ocio, donde el lápiz seguía y sigue ocupando un lugar privilegiado. «No me gusta ni jugar al golf ni esquiar», bromea, «así que muchos fines de semana se me han ido en el escritorio, dibujando. Cuando me voy de vacaciones, esté donde esté, lo único que pido es una mesa y una silla para darle al lápiz».

Pero, pasiones juveniles aparte, hubo un episodio epifánico que le marcó y que, seguramente, tiene mucho de culpa de que De Nin haya desenfundado los rotuladores a estas alturas. De Nin cuenta cómo en su época de joven estudiante de arte frecuentaba un bar bohemio barcelonés donde, todos los viernes, de las 23 horas a las 3 de la madrugada, se sentaba en una de las mesas a hacer caricaturas de la clientela por 300 pesetas a cambio de bebidas gratis.

«Bueno, para los que salían del Liceu, eran 400. Era una manera de pasar la tarde en un lugar frecuentado por el círculo artístico de la Barcelona de la época. Nunca olvidaré aquella tarde en la que, de repente, Joan Miró entró en el bar y se acercó a mi mesa. Yo me quedé blanco, claro. Se sentó y me miró. Nunca olvidaré esos ojos azules. Y tras ojear mis garabatos me dijo algo así como: 'Tú como mejor te expresas es dibujando'. Aquello me tocó.Y quizá por eso nunca he dejado el lápiz del todo», explica.

Tras la época estudiantil, vinieron las primeras colaboraciones con la prensa, en pleno franquismo. De Nin se ofreció a las organizaciones de la resistencia como dibujante y cartelista. «Lo único que podía hacer eran ilustraciones para artículos de revistas clandestinas.Así empecé a publicar en cabeceras como Treball y Mundo Obrero, en parte gracias a mi gran amigo Vázquez Montalbán». Firmaba como El Zurdo y se curtió haciendo carteles para el PSUC. Llegó a tener una página semanal en el Canigó.

Pero quizá su creación más emblemática sea la Norma, la mascota que en 1982 anunciaba la normalización lingüística en Cataluña.Poco después llegó la aventura que supuso entrar en Basi y convertir la firma de ropa en una marca de referencia internacional (la reciente apertura de una tienda en Moscú lo dice todo), lo que ha tenido a De Nin algo alejado de los círculos editoriales.

Pero el amante de la novela gráfica made in Cataluña que tenga buena memoria recordará sin dificultad Els Nin. Memòries a llapis d'una família catalana, publicada por Planeta en 2004. Aquél fue el primer retorno al lápiz de Nin y su primera incursión como autor de una novela gráfica donde contaba la historia de la saga de los Nin y, al mismo tiempo, la historia de Cataluña.

Material, desde luego, había. Las vidas de los antepasados de Lluís Juste de Nin valen para un cómic histórico y mucho más: desde la escritora Anais Nin, que revolucionó el París de los años 30 y 40 con su literatura ultrafeminista para la época, hasta el compositor Joaquim Nin Culmell (o su tío abuelo, pintor asiduo de la corte de Amadeo de Saboya), pasando por Andreu Nin, uno de los mejores traductores de Tolstoi y Dostoievsky, activista del POUM asesinado por agentes de Stalin a finales de la Guerra Civil, los grandes momentos de la historia parecen ir ligados a este apellido.

«Aquella novela iba prácticamente desde Napoleón hasta la boda de mi hija. En principio iba a ser una especie de regalo para la familia. Pero Manolo (así se hacía llamar Montalbán) lo vio y me convenció de que enseñara mi trabajo en una editorial. En Planeta gustó y aquello me dio el espaldarazo necesario para seguir adelante».

Ahora, tras dos años de bocetos, correcciones y conversaciones (al final el libro lo ha editado Edicions de Ponent, que no descarta ediciones en castellano y francés), el resultado son «230 páginas en blanco, negro y muchos grises» y un Montecristo que, pese al cambio de siglo, sigue enfrentándose a la venganza, la piedad y el perdón. Y el idilio de Nin con la viñeta no ha hecho más que empezar.

De hecho, el creativo de Basi confiesa sin tapujos que ya anda enfrascado de lleno en una revisitación gráfica de La Odisea (en la que probablemente se lance al universo del color). La culpa, explica, la tienen sobre todo dos autores: Hugo Pratt y Art Spiegelman, que en las aventuras de Corto Maltés y en Maus le enseñaron las enormes posibilidades que ofrecen las viñetas para explicar grandes historias.

Pero, ¿por qué Montecristo? «Es una historia que interesa a todo el mundo, pero, reconozcámoslo, da un poco de pereza leerla.Además, es un pequeño homenaje a todos los clásicos que tanto me influenciaron de pequeño: Victor Hugo, Dumas, Thomas Mann, Ana Karenina... Y, bueno, luego están las ganas de contar cosas y de, en cierta manera, recuperar el tiempo perdido».

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