Montserrat Nebrera
Algunos dirigentes de este siglo se han empeñado en decir (e incluso en escribir en textos legales) que la felicidad es un derecho; los padres de la Constitución americana, mucho más conscientes de lo que las palabras significan, concibieron como derecho, en cambio, sólo su búsqueda. Ese importante matiz es el mensaje brutal e incontestable de En busca de la felicidad, la película de Gabriele Muccino realizada en 2006, sobre las memorias de Chris Gardner, un hombre de 30 años, que acaba haciendo de padre soltero en precariedad, y en cuya interpretación Will Smith vuelve a demostrar que es un actor integral. La cinta relata, antes que nada, la lucha denodada de una persona por conseguir realizar su sueño. El resto del filme, incluso lo más importante, incluso lo que no es tan menor como el hecho de que el sueño sea encontrar un trabajo que lo saque de la miseria, es mera comparsa.
Arrastrando la historia hasta justo antes de lo lacrimógeno, la constatación del espectador cuando lo peor ha pasado es la de no haber dejado ir una sola lágrima. La sordidez, la pobreza extrema, la necesidad de mantener en todo ese tiempo la calidez humana y un entorno agradable para su hijo por parte del protagonista, entristecen tanto como admira la férrea voluntad de un Gardner sin techo por mantener la pulcritud y aseo mientras busca el lugar soñado en la empresa. Una metrópolis inmensa y anónima, donde la indigencia se acumula ante las camas de la caridad, y donde además hay niños pequeños que cuidar y cuya comparación con otros más afortunados duele, se acaba convirtiendo en algo más desolador que muchos mundos terribles.
En ese contexto, Smith encarna al héroe con facultades que durante tiempo busca su oportunidad sin encontrarla, y entre los latigazos del infortunio se adivina desde el principio que ésta es la historia de un triunfo. Pero, además, y por contraposición, ésta es también la historia de otros dos tipos de personas con las que nuestro protagonista se encuentra en el camino de la necesidad, y que son, en todo caso, de los que se quedan para siempre: los esforzados que no tiene cualidades para remontar el vuelo, y los que definitivamente han decidido que, aun teniendo alas, prefieren seguir caminando a ras de suelo.
Cosa distinta es la felicidad en sí. De hecho el personaje, que en cierto momento inolvidable dice a su hijo que quien afirma que algo no se puede hacer es porque no sabe hacerlo, habla de la felicidad como de un instante. El ser humano se doblega en cuerpo y alma ante lo que pretende. Por eso es tan importante recordar que es el deseo que formulamos aquello de lo que respondemos.Podemos buscar, y a eso, como escribió Jefferson, tenemos derecho; pero no es seguro su hallazgo, y el fracaso puede tener dos causas: que lo hayamos intentado sin suficiente fuerza o traza; o que la hayamos buscado en lo que, encontrado, no puede en modo alguno dárnosla.
El poder de quien vence a todo y culmina su sueño permanece, por eso, vinculado a la pregunta, que en este caso adopta forma de cubo de Rubik: si no tuviera Smith/Gardner la capacidad de solucionar el enigma de las cuatro caras monocolor del poliedro, ¿se habría producido el milagro? Milagro es también, lo reconozca o no, el hecho de que las tenga. Y responsabilidad irrefutable su no uso.
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