IVAN TUBAU
En el número 100 de TENDENCIES y al hilo de la muerte a los 79 años del gran Cesc, hablé de la espléndida cohorte de humoristas gráficos del tardofranquismo, cuyos supervivientes siguen en activo y van desde el ya entonces decano, Antonio Mingote, nacido en 1919, al ya entonces benjamín, Antonio Fraguas (Forges), parido en 1942 (Perich nació en 1941 y murió en 1995). Siguen dibujando.Pero ya casi nunca hacen chistes. Han transformado lo suyo en otra cosa. Fui actor secundario en aquella película. Después la historié.
La Universidad Complutense de Madrid celebró meses atrás un congresillo sobre humor gráfico. Me invitaron a participar en una mesa redonda donde había teóricos e historiadores -ahí me tocaba estar- y dibujantes de humor: Máximo, Forges y Gallego & Rey. Al intentar establecer diferencias entre humoristas y chistosos, Rey citó una frase del Perich sacada de un libro mío.Inmediatamente añadió: «Pero aunque él esté ahí como catedrático y yo como humorista, para nosotros Iván siempre será Pastecca, uno de los nuestros». Fue un momento feliz de mi vida. Aclaré no obstante que la evidencia de que el dibujo de humor es cosa distinta de las -muy respetables- que perpetran los graciosos de la tele (Perich dixit) viene de más atrás: de Steinberg o Sánchez-Juan, por ejemplo.
Lo de Steinberg hay que verlo. Lo de Sánchez-Juan lo explicaré.Aprendí humor gráfico con el curso de Escobar (el padre de Carpanta, Zipi y Zape y un largo etcétera). Después tuve bastante relación personal con él. Era un hombre vencido, asustado, que tras salir de la cárcel franquista (ganaba para tabaco haciendo caricaturas de otros presos) mantuvo siempre oculto su pasado rojo furioso de L'Esquella de la Torratxa. Curiosamente, tenía amistad con Sebastià Sánchez-Juan, poeta en lengua catalana, discípulo dilecto de Pompeu Fabra, charnego y pobre pero católico, que acabada la guerra se hizo franquista y se ganó la vida -mientras los rojillos ricos vivían tan ricamente en Sarrià-Pedralbes- como funcionario de la censura. Escobar citaba con frecuencia una frase que le había dicho Sánchez-Juan en su despacho de censor: «El humor gráfico está a medio camino entre la poesía y la filosofía».Yo diría que logra, con o sin palabras, una síntesis de ambas.
Citaré de memoria dos ejemplos recientes de los viejos maestros Mingote y Máximo. Uno en ABC, como siempre, el otro en El País desde el primer número. Mingote muestra a dos chicas del siglo 21, guapas, jóvenes, desenvueltas, desembarazadas. Dice una de ellas: «Mi novio es un antiguo. No logra entender que además de tenerle a él tenga un Plan B por si acaso». Máximo -que considera con razón a Javier Ortiz el mejor articulista del mundo- es un coñazo cuando lleva el Diario Regio, pero cuando es bueno es buenísimo. Dibuja un avión que sobrevuela el mundo entero. En el avión pone CIA y las capitales mundiales se llaman todas Guantánamo.Pero como el propio Máximo decía de Cesc, «no es posible decir que es superior el dibujo a lo que dice o la gracia de la situación a la línea que la perfila». Su mapa del mundo no es el que vemos en los libros de geografía: está rediseñado, es acaso el que haría Bush si supiera dibujar como Máximo. En cuanto a las chicas de Mingote... cada uno de los trazos que diseñan sus culos, su bocas, sus tetas, los contornos de sus rostros o sus muslos es un himno caliente a la libertad. Y al libertinaje, su deseable corolario.
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