JOSÉ MARIA STAMPA CASAS
Hay que ser torpe, por no decir otra cosa, para lograr que una de las ciudades más amables de Europa sea noticia por los violentos acontecimientos en un campo. Hoy es día de lamentaciones, pero será dificil que se olvide.
La imagen del entrenador del Sevilla, inconsciente en una camilla, ha dado la vuelta al mundo. Arriba, el espantoso busto que, como convidado de piedra, presidía el espectáculo. A su lado, los responsables de la crispación; presidentes de los dos equipos contendientes (¿o cabe decir combatientes?). En la grada, el ejecutor del daño, personaje que, influido por el ambiente, quiso poner el colofón a la opereta tragicómica que se representó en el estadio que da nombre a la estatuilla. No olvidemos, sin embargo, que la agresión sufrida por Juande Ramos está tipificada en el Código Penal, y es de esperar que el autor de la lesión sea juzgado en consecuencia.
Lo de menos ahora son las consecuencias deportivas. La RFEF hilará fino para dilucidar qué ocurre con la eliminatoria: si se da al Sevilla como ganador; si se juegan los minutos restantes en Sevilla o en La Coruña; incluso, si se aplica el precedente del cochinillo (qué culpa tenía el pobre). Se podría llegar hasta a eliminar a los dos equipos para evitar así que cualquiera de ellos pueda hipotéticamente conseguir el triunfo final en una competición, que gracias a la estupidez de dos personas y una máscara, ha quedado este año, totalmente devaluada.
Pero no hay mal que por bien no venga. Los hechos han sido muy graves y merecen ser analizados en su justa medida, pero podían haber sido mucho peores y hoy podríamos estar asistiendo a un duelo. Las autoridades competentes (las incompetentes que no intervengan) tendrán que actuar sin complejos para conseguir que, a partir de ahora, la asistencia a un campo de fútbol no sea un acontecimiento de riesgo. Estamos hablando de deporte. ¿Por qué lo que ocurre en los campos de fútbol no ocurre en otros acontecimientos deportivos que también llenan estadios? Quizá, la respuesta esté en las actuaciones irresponsables de determinadas personas, en este caso los dirigentes, quienes simplemente no están preparados para manejar su enorme populismo. En el fútbol profesional todos los protagonistas tienen que justificar una capacitación objetiva que, como en cualquier otra profesión, les permita ejercer su trabajo. Jugadores, entrenadores, médicos, fisioterapeutas, camilleros, árbitros, representantes, periodistas... Pero para ser presidente sólo se exige tener mucho dinero y muchas ganas de lucirlo. La consecuencia la acabamos de ver. Por ahí se podría empezar a trabajar.
Los máximos responsables de lo ocurrido pasarán a la posteridad. Que no se preocupen. Cuando se haga balance de la historia de los dos grandes clubes sevillanos habrá una mención para el indigno comportamiento de sus presidentes en los días previos al partido del 28 de febrero de 2007. ¡Enhorabuena! Ahora, cuando se encuentren por la calle, podrán saludarse arrepentidos. El tratamiento será versallesco. «Mucho busto» dirá Del Nido. «El busto es mío», responderá Ruiz. De lo que no les salva nadie es de que muchos chistes no tendrán gracia ninguna.
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