Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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Despidamos los embustes, que llega la realidad
VICTORIA PREGO

Ayer nos asomamos a dos mundos contiguos y opuestos. Primero asistimos al tristísimo espectáculo de unos jóvenes náufragos utilizados de manera canalla por unos sujetos criminales en su instinto, definitivamente miserables: el ex minero Suárez Trashorras y su cuñado Antonio Toro. Escuchamos cómo Trashorras les mandaba en autobús a Madrid transportando bolsas que a saber qué contenían, si hachís y CDs o directamente dinamita, a cambio de un puñado de euros que luego jamás les pagaba. Oímos a estos chicos, algunos casi fronterizos en su capacidad mental, hablar del miedo ante su sospecha de que podían haber participado, de la mano de Trashorras, en el asesinato más grande de la historia de España. De su pavor ante las amenazas del traficante Toro que puso en la cabeza de alguno de ellos el cañón de una pistola -puede que falsa, aunque el terror provocado fuera auténtico- para exigirles sus deudas de droga. Pudimos atisbar su inmadurez intelectual y moral, su fragilidad infinita, su dependencia estúpida del hachís y de la cocaína y la intensidad de su hipoteca vital en manos de unos desaprensivos. Serán culpables o no, eso lo dirán los jueces. Pero lo que vimos ayer fue una larga sesión de guiñol antiguo en el que unas marionetas con caras de niños contaban historias terribles de adultos.

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Cuando aquella representación desoladora y amarga, cuajada de embustes, hubo terminado, se bajaron las persianas de la cabina blindada de los acusados y, de pronto, el espacio enjaulado pareció una mezquita a la hora de los rezos: todos sus ocupantes, moros y cristianos, estaban inclinados sobre sí hasta el límite de sus vértebras dorsales. Y así estuvieron durante un buen rato, de manera que sólo podíamos verles el lomo. Pero no estaban rezando, no, que estaban intentando descubrir el rostro del primer testigo que comparecía ante el tribunal para dar su versión de los hechos, y cuya identidad había quedado protegida por una de las persianas bajada a media asta. Era un responsable policial y los acusados querían saber con quien se jugaban los cuartos.

Su intervención, que no ha hecho más que empezar, estuvo llena de interés. Empezó haciendo un relato coherente de los trabajos de investigación y dijo algo que ya sabíamos pero que ante un tribunal tiene otro eco y mucho más valor: que los islamistas implicados en la matanza eran gentes conocidas de antiguo, que estaban siendo investigados y que todas esas pesquisas se centralizaban en el juzgado de Baltasar Garzón. Volveremos una y mil veces a preguntarnos cómo es posible, con estos datos confirmados en sede judicial, que pudiera pasar lo que acabó pasando.

Dijo también que la información de que los explosivos que habían estallado en los trenes procedían de Asturias se la proporcionaronn los TEDAX el día 12 de marzo. Cuestión asombrosa: ¿qué certeza podían tener sobre eso los TEDAX 24 horas después del atentado? Pudo ser un soplo de alguien, del mismo Trashorras, no digo que no, pero conjeturas y soplos de ésos debió de haber por miles en esos momentos. El caso es que los TEDAX aparecen hasta en la sopa, incluso en asuntos que no parecen de su competencia. Y cuando dijo que la autoría islamista no quedó definitivamente clara hasta que se produjo el suicidio de Leganés, algunos pensamos que se abría de nuevo el agrio debate político de quién, realmente, mintió y quién dijo la verdad en las dramáticas horas preelectorales.

Y eso que su declaración no ha terminado ni mucho menos. El lunes continuará.

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