Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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El PP se desdice y rechaza al final la Ley de Identidad de Género que aprueba el Congreso
El senador 'popular' que defendió el texto celebra la norma y sostiene que es «muy necesaria» Los transexuales podrán cambiar nombre y sexo si tienen un diagnóstico y un tratamiento de dos años
PEDRO SIMON

MADRID. - Mirar el DNI dejará de ser como asomarse a un espejo deformante y el nombre que se lee no sonará como un escupitajo en la cara. Lo veremos por vez primera a mediados de este mes, ese día en que -ya con la ley en vigor- miles de transexuales acudan al Registro Civil a reclamar documentos como abrazos de papel.

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El Congreso aprobó ayer la Ley de Identidad de Género y cerró un bucle histórico, el de esta legislatura, en auxilio de las minorías por su condición sexual.

Todos los grupos parlamentarios, a excepción del PP -que se desdijo de su respaldo en el Senado-, se pronunciaron a favor de la norma que cambiará la vida de entre 7.000 y 9.000 españoles. Y a conciencia dieron carta de naturaleza a uno de los textos más avanzados del mundo en la materia.

A diferencia de lo que sucede ahora (los transexuales tienen que pasar por quirófano y acudir a un juez que finalmente decide si da la nueva identidad), habrá cambio registral de nombre y sexo si se cumplen dos requisitos: 1) Tener un diagnóstico de disforia de género mediante «informe médico o psicólogo clínico». 2) Siempre que no peligre la salud del interesado, éste deberá acreditar que ha llevado a cabo un tratamiento médico de al menos dos años.

Lo que era un incierto proceso que requería sentencia judicial se convierte así en un mero procedimiento administrativo.

«Hablamos de un colectivo que ha estado olvidado y al que ahora le ha tocado su turno: el de la plena ciudadanía. Es sorprendente que el PP se oponga a este ley, que se limita a dar derechos humanos», señalaba Carmen Montón, diputada socialista. «Éste es un día histórico de fiesta, de celebración. Nunca España llegó a tiempo a su cita con la igualdad en temas como el voto de la mujer o la abolición de la esclavitud. Esta vez sí», comentaba un eufórico Pedro Zerolo, secretario de Movimientos Sociales del PSOE.

«Queremos demostrar nuestro respeto a los colectivos y transmitirles sinceramente que nuestro grupo es solidario con sus demandas y anhelos», argumentó Juan Santaella, diputado del PP. «Pero nosotros abogamos por una resolución judicial y no un simple trámite administrativo, por garantía de los afectados».

El papelón de la jornada le tocó así a los populares. Resulta que el principal partido de la oposición se pronunció inicialmente en contra del texto cuando éste entró hace meses en el Congreso, que se abstuvo en la Comisión de Justicia del Senado y que aprobó el conjunto de la ley hace tan sólo una semana en el pleno de la Cámara Alta... En ese camino del negro al blanco, el culebrón se terminó de escribir ayer: enroque y vuelta al rechazo frontal de los inicios.

Así que no les quedó otra. Tanto Eduardo Zaplana, portavoz en el Congreso, como Pío García-Escudero, su homónimo en el Senado, asumieron públicamente la «descoordinación».

No fue un buen día el de ayer para Evaristo Nogueira, el senador del PP que defendió el respaldo de los suyos a la Ley de Identidad de Género en la Cámara Alta. O quizás sí. «Con todo el respeto al Grupo Parlamentario Popular, no puedo compartir su opinión ante esta ley», comentaba a este periódico. «Pienso que el ejercicio de la libertad individual debe tutelarse, siempre que no haya un derecho superior que merezca más protección. En este caso no hay ninguno. Por lo que debe ser amparado ese elercicio de la libertad individual».

«Es una ley muy necesaria para evitar la discriminación, porque lo que pasa esta gente a mí me recuerda al racismo», opina Nogueira. «Vaya mi apoyo, y por supuesto mi enhorabuena a los transexuales».

Hubo besos y abrazos en un día crucial. Y hasta alguna lágrima suelta en la sala de columnas del Congreso. Las tres personas que hay debajo de estas líneas ayer se tentaban deslumbrados cuerpo y DNI. Acostumbrados a las sombras, algunos no daban crédito a tanta luz. Como cuando te has pasado media vida a oscuras y extrañas ese solazo que de repente te ciega.


LOS TESTIMONIOS

NAIRA

«Esta es una lucha por los derechos humanos»

Llegaba este miércoles con su amiga de un viaje por Italia. Dos italianos se les pegaron en el avión como sólo lo hace un defensa con el delantero rival. De aquel marcaje le arrancaron a las chicas la promesa de un cafelito (no más, que Naira tiene novio), y los valentinos ahí, bombeando balones, proyectando filigranas con gol. «Al ver a la amiga que nos esperaba en el aeropuerto, se dieron cuenta de que éramos transexuales». Se excusaron. A los italianos les entró la prisa por irse al Prado.

«El problema lo tienen ellos», sostiene Naira con una sonrisa dulce como el arrope. «Esta es una lucha por los derechos humanos. Aunque sé que la desigualdad siempre va a estar ahí».

ROGER

«Ahora podré casarme y darle mi apellido a mi hijo»

Suena el ring ring y resulta que son los de Telefónica. Roger, administrativo, siempre les salta con lo mismo.

- No, lo siento, esa mujer no vive aquí ya. No está.

Cuelga. Le hace una pedorreta al nombre que hay en la factura. «Me quedo sin oferta, sin descuento, me da igual, no soy esa persona».

Cuenta que, cuando empezó el cambio, en casa «se liberaron». La comadrona que le vio nacer, que vive en frente, le dijo: «Roger, ahora vas a ser tú». «Con la ley voy a ser un ciudadano más, podré casarme y darle mis apellidos a mi hijo Jordi [concebido por María por inseminación artificial]». No sabemos si destripamos algo, pero que sepas, María, que este hombre te va a pedir en matrimonio.

SILVIA

«Aun con documentación, la sociedad no nos quiere»

Franco la encerró cinco meses y medio. Ni era comunista ni tan siquiera había robado: Silvia, hoy 57 años, fue a prisión por decir que era mujer teniendo pene. Con lo que, como en el juego de matriuskas rusas, a una presa en una celda de carne se la encerraba en otra de cemento. «Estaremos siempre rechazados», nos dice aún con secuelas de una vida bien rasgada. «Me siento rechazada en el autobús, en el metro, en el cine, cuando voy a buscar empleo. Aunque tengamos documentación, la sociedad no nos quiere». Un recuerdo de ayer para sus padres, que fallecieron a poco de arrancar el milenio: «Me querían como era, solo que me decían: 'Hija, no te entiendo, qué rara eres'».

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