Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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Ocio / Homenaje
Una taberna sin tiempo
El Ayuntamiento descubre hoy una placa en la tasca Antonio Sánchez, vinculada desde siempre al mundo del toro, como negocio centenario de la capital. Curro, al frente los últimos 25 años, cuenta los secretos de su casa
AMAYA GARCIA

ACurro le gusta decir las cosas tal y como las piensa. Con ese gracejo gaditano del que hace gala mientras se mueve por la Taberna Antonio Sánchez, su casa, su vida, un pedazo de historia donde los toros y la buena mesa marcan el compás. «El reconocimiento más importante es mantener la taberna abierta». Fundada en 1830 por el picador Colita, hoy el Ayuntamiento descubre una placa que lo reconoce como negocio centenario de la capital. Orgullo y respeto que a Curro le ponen la carne de gallina. «Esto es un santuario, algo auténtico en el casco antiguo de Madrid». Una taberna sin tiempo.

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Del ambiente que reina en la calle del Mesón de Paredes, es el número 13 el que rompe con la imagen actual. «¡Cómo ha cambiado todo esto!». Pasan las 12.30 en el reloj de pared colgado detrás de la barra, el único que mira Curro para saber en qué hora vive; la taberna recibe a los primeros clientes del día. «Aquí abrimos de mediodía a las 16.00 y de las ocho de la tarde a las doce de la noche». Nada ha cambiado en la estética de este templo que aún hoy anuncia las torrijas a 15 céntimos, carteles donde se puede leer 'prohibido escupir al suelo' y pizarras donde anuncian sus célebres callos, chipirones... También en sus paredes vigilan la entrada del local los retratos de toreros antiguos como Frascuelo, Lagartijo y Cara-Ancha, asiduos en su época a la taberna.

Como lo fueron también Marañón, Pío Baroja, Sorolla, Vázquez Díaz... Y Zuloaga, que hizo su última exposición en la taberna. «Hasta que me muera no se va a cambiar nada de este lugar», afirma Francisco Cíes, Curro para los amigos, que ya luce el traje de faena, el que se pone cuando entra por la puerta de la calle. Hace ya 25 años que se puso «al frente frente» y casi de cada jornada guarda una anécdota.

Llegó a Madrid con 14 años en un tren de mercancías. Tres días de viaje desde su Cádiz natal. No conocía el destino. «Sólo sé que paró en Atocha». Salió de la estación y, deambulando por la ciudad, llegó a Mesón de Paredes. «Al asomarme a la taberna, vi la cabeza del toro». El estómago se le encogió. «Vi que ése era mi lugar». De hecho, también de la fiesta nacional tiene sus batallas. «He hecho mis pinitos en el mundo del toro», dice con humildad, sentado en una de las mesas de la entrada. «Toreé un poquito y llevo en mi cuerpo este mundo. Hasta la sepultura me tirará». Cuando dejó los toros, se despidió de la taberna, pero al cabo del tiempo le pidieron coger las riendas. No se lo pensó.

De las paredes cuelgan fotos de amigos, críticas nacionales del local, pero también en japonés e inglés. Ahí está Joselito, Gloria Fuertes... «De ella guardo muy buen recuerdo. Gloria y Luis Carandell me educaron. Ella me dejaba cuentos para que los leyera». En esa lista también se acuerda de Joaquín Sabina. «Ése de ahí es su rincón», dice señalando una esquina junto a la puerta. Y del Cigala. «Aquí vienen padres e hijos. He visto a niñas en carritos y ahora vienen hechas unas mozas». Resopla. «Me estoy haciendo mayor, ya he pasado la barrera del sonido», comenta esbozando una amplia sonrisa que acentúa las arrugas de su frente.

Si la decoración ha cambiado poco, la carta tampoco es que haya sufrido grandes transformaciones en la taberna de los tres siglos. «Cada vez que me quitan un plato, es como si me quitaran un hijo». Reconoce que le gusta la cocina y respeta todas las formas de entenderla, pero él se confiesa «antiguo»: «De buenos callos, huevos con patatas...». Cinco personas trabajan en la tasca. «Reforzamos los domingos». De sus torrijas hablan -y con razón- maravillas. «Me las enseñó a hacer doña Lola, la hermana de Antonio».

Por temporadas, las hay más fuertes y algo más flojas. En San Isidro, brilla con especial fuerza. «Vienen muchas peñas, esto es un bullicio constante...». Es punto de encuentro obligado para reponer fuerzas entre corrida y corrida. A punto de cumplir 60, «soy del 47, el año de la muerte de Manolete y la explosión de Cádiz», afronta el futuro con ganas. «En la vida siempre hay que ser agradecido».

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