Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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 MADRID
Al fin, un teatro de ópera
Rubén Amón

El Real es un teatro de ópera. Puede sonar la cosa a perogrullada y a obviedad, pero resulta que el coliseo madrileño había languidecido hasta hace un par de años como la caja de resonancia de las rencillas políticas y como el argumento propiciatorio de los escándalos culturales. Tanto valían en este contexto los desafíos cruzados de las instituciones -Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento, la Comunidad- como la hipersensibilidad de los medios informativos a los grandes dislates y a las pequeñas anécdotas.

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Hubo, de por medio, un gerente francés, Stéphane Lissner, que se creía un gigante wagneriano en el patio de la corrala madrileña. También proliferaron las excentricidades dirigistas -Luna, de José María Cano- y se sucedieron los periodos de inestabilidad-García Navarro, Cambreleng, Sagi- porque el Teatro Real se instrumentalizaba en todas las direcciones. No sólo en el plano político. También como un monumental pesebre de los compositores nacionales y como una plataforma del egocentrismo mecánico que redundaba en esa idea del fatalismo fundacional (parecía que el Real nunca iba a inaugurarse). Es el pasado reciente.

La actualidad, 10 años después de la inauguración, demuestra que el Teatro Real ha encontrado la tranquilidad, la estabilidad, la transparencia financiera y la fidelidad masiva del público. Quizá porque los actores ideológicos se avinieron a retirarse del escenario en coincidencia con el nombramiento de Antonio Moral. Puede que Emilio Sagi fuera descabezado por sus afinidades populares, pero su heredero en el despacho de la dirección artística está desprovisto de connotaciones políticas y se ha erigido en garante de un proyecto que busca arraigarse en el plano cultural sin despreciar un enfoque cosmopolita.

A favor de la primera idea juega el trabajo que Jesús López Cobos realiza cotidianamente en la sala de máquinas del foso con esa conciencia de compañía. En beneficio de la segunda idea se insinúan tres años de valentía que el Real necesita para buscar un sitio en Europa y encontrar una personalidad de la que carece.

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